ALICANTE. Superar la tentación de encabezar este artículo con una cita del libro de Jen Campbell Cosas raras que se oyen en las librerías es un esfuerzo sobrehumano que, como se ha visto, no hemos sido capaces de realizar. Desde que en 2012, la delicada editorial Malpaso publicara su edición, añadiendo anécdotas del vodevil librario hispano, que la caja de resonancia de las redes sociales del mundo del libro no para de reir con sus certeros chispazos de realismo casi mágico.
Los libreros son mercaderes de sueños que abren sus puertas cada día y hacen caja o, en su defecto, contabilizan con los nuevos software de gestión integral, las ventas y la facturación diaria. Un librero de los que se encuentran en los cuentos de Borges o Zweig son mercaderes de papel que hacen caja cada día con los sueños de los lectores.
Entre unos y otros se ha construido una imagen, un principio activo que garantiza el conocimiento supremo sobre las referencias bibliográficas y un ojo certero sobre la disposición espacial de sus estanterías. Los libreros son seres extraordinarios, casi mitológicos. Y las libreras, extrañamente poco visibles en una profesión relacionada con la comercialización de la palabra escrita, no como sus homónimas bibliotecarias, mayoría abrumadora entre metros lineales de estantería.