El callejero de Alicante está lleno de reconocimientos. A personas sencillas, a personas importantes. Por efemérides y acontecimientos históricos. De ciudades. De agradecimientos a títulos nobiliarios relacionados con la historia de la ciudad. A generales, profesionales liberales, políticos y religiosos. Y mucho más, en un largo etcétera. De tantos y tantas cosas que bien merece parar alguna vez frente a una de esas placas de cerámica que hay junto con el nombre de muchas calles y leer a quien o a que está dedicada.
Esta vez nuestro protagonista tiene que ver con una plaza céntrica y singular de Alicante que lleva su nombre y con un abad. No es el único abad que tiene una calle en Alicante, pero en esta ocasión me referiré sólo a uno de ellos.
Permitan que les diga cómo la Real Academia de la Lengua Española define a un abad. Dice que es el superior de un monasterio conocido como abadía. ¿Y cuál es el nombre de este personaje? Abad Penalva. Seguro que lo han oído nombrar, seguro que han pisado y disfrutado de la plaza que lleva su nombre en algún acontecimiento social y seguro que alguna vez se han preguntado quién es este señor que da nombre a una de las plazas más concurridas de la ciudad.
Oriolano de nacimiento (19 diciembre 1812), de orígenes humildes, Francisco Penalva Uribe, que así es su nombre completo, hizo carrera con los frailes dominicos desde 1827 primero en el convento de Murcia, posteriormente estuvo unos años en Orihuela bajo el amparo del obispo después de la exclaustración de Mendizábal (1836), para pasar a la Colegiata de Alicante en 1854 con el currículum lleno de reconocimientos por su elocuencia y por su oratoria cercana y motivadora, junto a sus acciones misioneras en la provincia de Alicante. Recorría carreteras y caminos como podía para ir a multitud de poblaciones a predicar la palabra de Dios, hasta que el Marqués de Algorfa puso a su disposición sus cuadras para que usara sus caballos o sus tartanas arrastradas por mulas para ir de un lugar a otro. Su vocación de servicio a los demás lo focalizó en los pobres. En Alicante tenía como predilección las necesidades de las familias del Arrabal-Roig que tenían el mar como su medio de vida, barriada a la que solía acudir después de su predicación dominical en la iglesia de Santa María.
Volcado con la sociedad alicantina durante el cólera (1854) y la fiebre amarilla (1870), se le veía recorrer calles y casas agotado, arrastrando los pies, pero sin rendirse, para socorrer a quien lo necesitara. Era el “apóstol” de la caridad. Tenía por costumbre rezar todos los días al alba en el presbiterio de la Colegiata, incluso cuando Alicante fue bombardeada (1873) por los cantonalistas de Cartagena. Ya podían caer bombas del cielo que este Abad no se acobardó y seguía con su oración pidiendo a Dios que cesara ese acoso a la ciudad por la armada cantonalista. Tan solo consintió refugiarse en la capilla de S. Nicolás a petición de su amigo el reverendo Vicente Modell, a condición de seguir orando.