ALICANTE. Niebla, el proyecto nacido de la relación entre Ignacio Córdoba, multiinstrumentista autodidacta radicado en Dinamarca que bajo el alias de Fuego lleva varios años generando interesantes aportaciones en el campo del noise, y Negro, destacado guitarrista valenciano del underground estatal, se concreta al fin en un álbum digital de título homónimo, grabado por Alex Verdú en su estudio de Alboraya, en diciembre de 2017, y mezclado por el propio Córdoba en Copenhagen entre 2017 y 2018, editado por el sello Magia.
Electrónica ambiental en la que melodías y armonías chocan para producir una fisión atmosférica de oscuridades y vacíos, de llanuras y luces cegadoras, sin estridencias, en las que la voluntaria falta de ritmos se convierte en una cadencia continua que no permite una escucha fragmentada. Los cinco temas que componen el álbum: Futuro invisible, Aquellos objetos cuyas sombras veía antes, Armonías eternas de tus ideas, Múltiple sólo en apariencia y La lógica es recuerdo, se funden como una sola pieza bajo el motivo de la máquina industrial que somete la escucha en un agujero negro interestelar.
Máquina industrial que se encuentra en el núcleo mismo de esta propuesta sonora autónoma, cuyo origen nos cuenta el propio Ignacio Córdoba desde Copenhagen:
“Yo toco con este aparato, para el cual no tengo un verdadero nombre, al que me refiero como La Caja, y fue porque hace unos cuatro años cambié a empezar a tocar este instrumento, hasta ahora yo había tocado siempre la guitarra y un poco la batería, sobre todo en grupos de punk y rock, lo que desembocó en la experimentación con el noise y la improvisación, pero siempre había algo que notaba que no me acababa de encajar del instrumento. Con el proyecto que yo tenía antes, Fuego, abandonado ya hace casi dos años, estaba en mi primera gira europea, todavía tocando la guitarra, y en Viena, en el primer concierto de esa gira conocí a un tipo chileno llamado Spencer, un artista de instalaciones, y contándole que estaba cansado de tocar la guitarra, porque ya sabía cómo tocarla, los dedos ya me iban a los sitios correctos y, al ser un tema de improvisación, el cuerpo ya me corregía de manera natural, yendo a lo seguro. Yo quería salirme de eso, de mis trucos, por decirlo así, y encontrar una manera nueva. Entonces él me preguntó ‘¿qué sonido es lo que estás buscando, qué es lo que te estás imaginando?’.
Yo me imagino, le dije, como una ola de sonido que viene y que se mantiene continua, sin principio y sin final, y que yo pueda hacerla más grande, más pequeña, que la pueda llevar a un lado, hacia otro, que la pueda cambiar de distintas maneras, pero siempre como una constante. Entonces él me dijo que lo que necesitaba era utilizar una máquina de estas -una especie de oscilador-. Yo continué la gira por distintos países, desde Austria hasta Dinamarca, donde vivo ahora. Por el camino fuimos hablando y él me fue ayudando a encontrar la máquina que mejor me iba a servir para lo que tenía en mente. Cuando volví a España, al acabar la gira, me estaba esperando el aparato, La Caja, y me llevó un tiempo hacerme con ella, porque tuve que reaprender a hacer música. Lo que encontré con este aparato, que no encontraba con la guitarra, es que no está diseñado para hacer música, ni siquiera está diseñado para ser oído, es un tipo de máquina de calibración industrial, para usar en fábricas, en hospitales, en laboratorios científicos, con lo cual todo lo que tiene escrito de referencias, sobre los botones, potenciómetros y demás, no está hecho en términos musicales, por lo que yo he tenido que reaprender de qué maneras puedo hacer música con ello.