ALICANTE. Vivimos tiempos convulsos, una época en la que la verdad no existe y la bombilla funde la luz haciéndola tenue, ocultando las vergüenzas propias e iluminando residualmente los vicios ajenos. Relatividad que genera la exoneración de los ineptos de uno y otro bando ideológico, pecados que quedan absueltos a ojos de los parroquianos de las diferentes iglesias laicas posmodernas.
Si Lalachús usó la figura del corazón de Jesús para incrustar en él a la vaquilla del Gran Prix, es porque sabe que si hubiese hecho lo mismo con el burocrático semblante de un dirigente político la ciudadanía habría salido todavía más en tromba que ante ese presunto sacrilegio humorístico. El hombre moderno ha sustituido la religión por la militancia política, toman como palabra papal cada alegato de los que lideran su trinchera.
El Partido Popular ha encontrado una aliada colateral en su campaña de amortiguamiento del desprestigio reputacional de Carlos Mazón tras la Dana. Estrategia basada en encender el ventilador no para secar el agua que todavía sigue empapando los sueños de los valencianos afectados sino enfocando la atención al otro lado del charco: Diana Morant y su responsabilidad en el caso del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) y los presuntos descuadres presupuestarios utilizados para fines alejados de la lucha contra el cáncer. María Blasco, la directora de la entidad, se ha convertido en el mejor aliado argumental para tapar las vergüenzas del president de la Generalitat.