Detenido, preso y acusado, Pellicoco iba camino de la Audiencia de Alicante para ser juzgado. Fue un personaje popular. Para unos, acusado injustamente. Para otros, debería ser condenado por muchos años. Para algunos era un delincuente generoso al estilo de la mejor época de Jaime el barbudo, bandido que operó en la sierra de Crevillente y norte de la región de Murcia, entre otros lugares, cuando robaba a los ricos para favorecer a los pobres.
Durante el juicio, los partidarios de Pellicoco lucían en la solapa un monigote pequeño hecho con lana blanca. Si quisiera buscar un paralelismo de ficción estos serían Robin Hood o Curro Jiménez – defensores de pobres y afligidos - cuyas aventuras se llevaron al cine.
Pellicoco estaba siendo juzgado en la Audiencia cuando esta se ubicaba en el edificio del Consulado del Mar. Construido en 1785 en la calle San Nicolás y trasladado a otro de noble fábrica y arcadas en su planta baja en 1793 en la plaza del Mar (actual plaza del Ayuntamiento), estaba muy cerca de la armería de Bernácer o “del Gato” que estalló en mil pedazos en 1943 y se llevó por delante varios edificios. Fue el motivo de que se construyera la actual plaza del Ayuntamiento. Algún día le contaré sobre esta explosión y de la plaza mayor que pudo ser y no fue. Cada cosa en su momento.
El juicio de Pellicoco ocurría a principios del siglo XX, alrededor de 1918. Lo menciona Enrique Romeu Palazuelos en su libro “Recordar … Alicante”. Pellicoco tuvo mejor final que Jaime el Barbudo. Una leyenda lo cuenta, y por serlo está abierto a diversas interpretaciones.
Un buen día cuando Pellicoco era trasladado de la Audiencia a la cárcel de Benalúa, al bajarlo del coche se apagaron las luces de la calle. A oscuras hubo un forcejeo, gritos y algunos golpes. Los guardias contaron después que Pellicoco se escapó con la ayuda de unos malhechores, que eran muchos y que ellos nada pudieron hacer para impedirlo salvo llevarse diversos puñetazos. Los disparos al aire de sus armas reglamentarias no convencieron a los forajidos para detener su carrera.
Fue buscado por la policía, pero nada más se supo de él. Los más parlanchines contaban en tertulias y corrillos, cerca de un buen chato de vino, que se había embarcado en el puerto de Alicante rumbo a América para emprender una nueva vida. Otros lo situaban haciendo fechorías en la capital de España, y los menos lo imaginaban con una nueva identidad en la ciudad de Orán emprendiendo negocios con el dinero ahorrado de sus robos, después de aprender la lección de que siempre se pierde si se atenta contra el orden público. De una manera o de otra, desapareció para siempre y sus fechorías se convirtieron en leyenda.
Pero ¿quién era ese Jaime el barbudo que comparaban con Pellicoco? Su nombre, Jaime José Cayetano Alfonso Juan. Desde su adolescencia recorría campos y montañas como pastor cuidando las ovejas. Se conocía los recovecos, cuevas y refugios naturales donde pasar la noche sin ser visto y donde refugiar su ganado cuando las condiciones climatológicas eran adversas. Esto le vendría muy bien para el futuro, ya verá.