Pocas ciudades hemos visto tantas veces como Nueva York. Y no por el número de ocasiones en las que se ha saltado el charco sino por todas las series y películas que en ella se han rodado, que llevan a esa sensación de haber comido antes en el Katz’s, paseado por el Central Park o cogido un tren en la la Grand Central Station. Una impresión de conocer sus rincones, sus calles y sus edificios, pero muchos desconocen la conexión que tiene Nueva York con València. Un vínculo que lleva la luz de Sorolla pero también a la monumentalidad de las obras de Santiago Calatrava o la genialidad de las bóvedas de Rafael Guastavino. Siguiendo sus pasos se conoce la Nueva York con ADN valenciano.
La primera parada de esa Nueva York valenciana es la Grand Central Terminal, por la que cada día pasan más de 700.000 personas y ha sido escenario de numerosas películas, algunas con escenas tan míticas como la de Cary Grant con gafas oscuras intentado huir (Con la muerte en los talones, de Alfred Hitchcock) o la de Al Pacino agonizando en una camilla (Atrapado por su pasado, de Brian de Palma). Sin olvidar esos momentos en la barra de Don Draper y Roger Sterling (Mad Man) tomando un coctel en el Grand Central Oyster Bar, ubicado en el vestíbulo inferior de la Grand Central Terminal. Y es precisamente al Oyster Bar donde hay que dirigirse para admirar, antes de entrar, la conocida como Galería de los susurros (The Whispering Gallery), diseñada por Rafael Guastavino. Se trata de una bóveda de doble parábola cuya peculiaridad es que es posible escuchar el sonido desde una de sus columnas a su opuesta.