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la nave de los locos

La imparable decadencia de Almodóvar

  • Almodóvar posa en el photocall de ‘Madres Paralelas’ en el Hotel Ritz en Madrid. Foto: MARTA FERNÁNDEZ/EP

La gente vuelve al cine, al menos la gente de cierta edad, la que ha cumplido los cuarenta y aún disfruta de una película en una sala a oscuras, mientras comete el error de dejar a sus hijos viendo la serie El juego del calamar en casa. Allá ellos.

Hace dos sábados me acerqué al centro a ver un estreno de la nueva temporada. Para mi sorpresa había colas en las taquillas. En mayo, en ese mismo cine estaba solo viendo El padre. En cambio, ahora tenía a veinte personas delante de mí. Me fijé en que habían rebajado los precios. Ver una película cuesta 6,50 euros; antes te salía por unos 9 euros. Así se recupera al público.

Me equivoqué en la elección de la película. Debía haber escogido El buen patrón o Las leyes de la frontera, pero me decanté por la de Almodóvar. Los últimos estrenos del director manchego los he visto por una mezcla de inercia y nostalgia de las películas de su primera época, irreverentes y divertidas, que se sacudían la caspa del cine español.

Supongo que algunos de los espectadores que esperaban a ver Madres paralelas pensarían como yo. La sala casi se llenó. No vi a nadie que tuviera menos de cincuenta años. Eran, sobre todo, matrimonios de orden y grupos de amigas que vendrían de merendar de alguna cafetería en la Gran Vía Marqués del Turia.

Enorme talento para venderse

Si hay algo que aún le funciona a Almodóvar es su talento para venderse. Es un maestro del marketing. Estudia al detalle las campañas de promoción de sus películas. Sabe crear expectativas en torno a sus trabajos. Concede entrevistas; se hace el interesante; se deja querer en los festivales de Venecia y Cannes. Y así una parte de su avejentado público le responde acudiendo a los estrenos.

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