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LA LIBRERÍA

La causa emocional de los rebeldes valencianos de los setenta

VALÈNCIA. Hay un tiempo durante el cual no se mueren los amigos, o si se quiere, un tiempo en que nadie se muere y los amigos ni siquiera se pierden o desaparecen. Los años más felices no son por fuerza los que comprende la niñez —o son los años los que la comprenden a ella—, pero sí suelen ser aquellos en los que somos más ignorantes y atrevidos. Ya se sabe que la ignorancia es muy valiente. Esta idea puede extrapolarse, escalarse, y así, el sujeto pasa de persona a sociedad o país. La ignorancia a la que nos referimos, eso sí, es diferente. Un adolescente cree que sabe mucho de la vida porque ignora lo muchísimo que ignora. Una sociedad también puede vivir de espaldas a lo que ignora y, anestesiada, sentir que es feliz. ¿Es eso felicidad? 

¿El conformismo puede ser felicidad? La cuestión no es en absoluto sencilla. Lo de las pastillas de Neo y Morfeo, la roja para caer por la madriguera del conejo blanco hasta la inmunda realidad, la azul para comerse un delicioso filete como Cifra, el gran pragmático de la película, cuya previsible muerte nos privó de la infinitamente mejor posibilidad de saber que se ha reintegrado en la matriz y que una vez cumplida la misión del Elegido no tendría sentido buscarlo y castigarlo, ya no tendría culpa de nada, porque su mente ha sido antes reseteada, y no sería Cifra, sino otra persona, ignorante pero feliz, que habría logrado, como por obra de un milagro, lo que todos hemos siempre soñado en mayor o menos medida, con más o menos frecuencia: volver a los años felices de la mala calibración de las consecuencias de nuestros actos y de los horizontes inmediatos, el retorno al jardín del Edén de la memoria, ubicado en un pasado mítico como solo puede serlo el recuerdo.

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