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tribuna

La Constitución: el alma de nuestra democracia

España supo dotarse, aquel 6 de diciembre de 1978, de una Constitución que nació producto del acuerdo y de la negociación, y que se inspiró en el consenso y los deseos de convivencia en paz y armonía del pueblo español y de sus representantes políticos.

Como expresó el Rey, don Felipe VI, en el marco del 40 aniversario en el Congreso de los Diputados “La Constitución es el gran pacto nacional de convivencia entre los españoles por la concordia y la reconciliación, por la democracia y por la libertad.” 

En efecto, nuestra Carta Magna es un acuerdo político que supuso el final de la cruel dictadura y la reconciliación entre los españoles. Un acuerdo que sentó las bases para posibilitar la extensión de los derechos y libertades; el progreso económico y el desarrollo social, educativo y cultural. Y que, al tiempo, posibilitó que España se convirtiera en una democracia europea, avanzada y moderna, y en un auténtico ejemplo para el mundo.

Un gran acuerdo producto de la generosidad, de la altura de miras y de la visión de Estado de los actores políticos del momento, que ha posibilitado el cambio político, territorial, internacional, económico y social más intenso de nuestra historia.

Y que trae causa también de la voluntad de entendimiento, de todos los españoles y de los siete diputados -Gabriel Cisneros Laborda, Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, José Pedro Pérez-Llorca Rodrigo, Gregorio Peces-Barba Martínez, Jordi Solé Tura, Manuel Fraga Iribarne y Miquel Roca i Junyent- que se encargaron de la ponencia constitucional, que son reconocidos como padres de la Constitución, y a quienes debemos nuestro respeto, reconocimiento y gratitud.  

El texto constitucional por ellos diseñado y acordado por sus respectivas formaciones políticas, sentó las bases para que juntos pudiéramos construir un proyecto de país común, un país moderno, abierto y europeísta, en el que la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político fueran los valores superiores de nuestro ordenamiento jurídico.

La Constitución, en definitiva, trajo paz, estabilidad, progreso, prosperidad y libertad, erigiéndose de ese modo en el alma de nuestra democracia.  Cuarenta y un años después muchos piensan, -siete de cada diez españoles-, que la Constitución del 78 precisa una profunda reforma.

Una reforma que hoy por hoy es tan necesaria como inviable, a tenor de la aritmética parlamentaria que ha conformado nuestras Cortes Generales. Pese a ello, quiero pronunciarme como partidario de una reforma constitucional que adecue nuestra Carta Magna a la intensa trasformación social, experimentada desde su promulgación.


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