VALÈNCIA. Dice Jordi Sapena (Gandía, 1984) que compuso estas canciones para que hiciesen compañía a sus plantas cuando tenía que ausentarse de casa. Para devolverles el placer de la escucha que, sin mala intención, les hurtó durante el confinamiento. Durante esas largas semanas, Jordi dejó de tocar el piano en el salón, y sus verdes compañeras se quejaron de la única manera que saben: perdiendo color, brillo y tersura.
Salve Monstera (Mont Ventoux, 2022), su primer disco en solitario, es la continuación natural de los deliciosos paisajes sonoros creados por Sapena junto a Jorge Tórtel para la banda sonora de la serie Cuineres i Cuiners, de À Punt Televisió. Es un álbum atmosférico, mucho más cerca de la introspección solitaria del ambient que del disfrute colectivo del pop. Las improvisaciones, primeras tomas y loops de notas aleatorias que componen este álbum -todas ellas grabadas con piano y sintetizadores- funcionan como un masaje cerebral para el humano, pero también como un abono mágico para las plantas que le han acompañado durante los últimos años: el aloe vera, la monstera deliciosa, el ficus elastica tineke...
-¿Cuándo empezaste a pensar en las plantas como seres vivos dotados de sensibilidad y una cierta forma de inteligencia?
-Hubo un momento en mi vida en el que hice varias mudanzas seguidas (mi pareja, Ángela, y yo nos trasladamos de Albacete a València, y aquí pasamos por dos pisos distintos en un corto espacio de tiempo, hasta que llegamos al definitivo). Empecé a dar cuenta de que las plantas sufrían con estos cambios. Algunas superaron muy bien esos procesos, como la monstera; otras, no tanto. Algunas, de hecho, las tuvimos que dejar en Albacete en casa de los padres de Ángela porque aquí no nos cabían. Luego recuperé alguna, como un aloe vera que me dio mi abuelo antes de fallecer, pero otras se quedaron allí para siempre. De repente, te das cuenta de que generas vínculos emocionales con las plantas, quizás debido a las personas que te las regalaron, o porque las asocias a una determinada etapa de tu vida. A veces siento que son como un espejo, reflejan tu estado de ánimo y a la vez tú se lo transmites a ellas. Es una relación de doble sentido que me parece fascinante. No he leído mucho sobre botánica de interior ni tengo mucha idea, me dejo guiar casi siempre por mi instinto.
-El punto de partida de este disco fue en realidad un momento de crisis creativa. ¿Por qué se produjo?
-Más que una crisis creativa, que también, fue una crisis vital. Pasé el confinamiento bastante bien, con Ángela y mi hijo pequeño Joan, que cumplió un año durante el lockdown. Pero creo que me afectó mucho más negativamente el desconfinamiento. Esa esperanza de que todo iba a volver a ser como antes (o parecido) ha tardado dos años y pico en hacerse realidad. De repente no tenía casi conciertos, el disco de Capricornio Uno (y todo el trabajo que había detrás de él) se desvaneció de repente, ya que lo publicamos quince días antes de la declaración del estado de alarma. Dejaron de llegarnos encargos del mundo audiovisual a Tórtel y a mí. La pandemia arrasó el mundo cultural y yo me quedé vacío, seco. Fue un momento muy extraño a nivel personal, porque mi relación con la música es compleja. Es una sensación de amor-odio difícil de explicar, pero justo en esos meses la necesitaba y no la encontraba, y me costó asumirlo y aceptarlo.
-¿Cómo llegaste a hilar la idea de que salvando a tus plantas con la música podrías sacarte a ti mismo de ese atolladero?
-Mi intención inicial era salvar las plantas, porque se me estaban poniendo muy mal, sobre todo la monstera. Yo no era consciente de que yo estaba mal, y menos aún de cuál era la clave para salir de esa situación. Pero cuando llevaba un par de canciones hechas, me di cuenta de que me había cambiado el ánimo. Buscaba huecos de donde podía para subir al estudio a grabar lo primero que se me ocurría, o me sentaba al piano media hora tocando el mismo riff una y otra vez. Me sentía vivo en esos ratitos, y luego escuchaba la premezcla del día con los cascos justo antes de irme a la cama, con la casa a oscuras y el barrio en silencio. Con el paso del tiempo, me di cuenta de que estaba haciendo ese disco para salvarme a mí a través de las plantas. Que ellas estaban mal porque yo estaba mal. Esto me lo dijo hace unas semanas Mònica Llop, que ha escrito unos textos sobre el álbum, y la verdad es que yo no era del todo consciente, pero ahora estoy convencido de que fue así.
-Dado que este disco tiene una misión sanadora. ¿Cuáles son las instrucciones de uso? ¿Cómo recomiendas reproducirlo y por qué?
-Empecé a componer estas canciones porque llegué a la conclusión de que las plantas echaban de menos que me sentara tocar el piano que tengo en el salón de casa, junto a ellas. Lo dejé de hacer durante el confinamiento, supongo que porque estábamos encerrados en casa y tampoco era plan de dar la brasa a Ángela y a Joan. También porque era casi imposible, Joan no fue a la guardería hasta que tuvo 16 meses y es muy difícil sentarse a tocar el piano tranquilo si tienes un bebé 24 horas al día junto a ti. Así que la idea era grabar las piezas para dejarlas sonando en loop en el equipo de música del salón cuando yo no estuviera en casa. Para que las plantas sintieran que yo estaba allí, tocando el piano para ellas, como antes. Ponerlo cuando me bajaba al Parque Central con Joan, o a comprar al supermercado y hacer recados. Si les proporcionas la luz adecuada, las riegas y abonas como toca, el disco sonando en loop es el acompañamiento definitivo para que estén felices y crezcan a su ritmo. Esas son las instrucciones de uso y así vienen explicadas en la contra del vinilo.
-¿Te sientes más identificado con el concepto de orfebre, con el proceso compositivo tranquilo, paciente y perfeccionista, o con aquel que se basa más en plasmar fogonazos de creatividad, optando por la espontaneidad, y asumiendo las imperfecciones que esta lleva consigo?
-No soy una persona nada paciente durante el proceso creativo, más bien al contrario. Me encanta la espontaneidad y no pensar demasiado en las cosas. Y este disco es la máxima expresión de esa forma de entender la composición musical, para bien y para mal. Casi todas las piezas son improvisaciones, primeras tomas y loops de notas totalmente aleatorias. Las pistas están llenas de ruidos y soplidos; se escuchan todos los sonidos de la calle, mi respiración, los crujidos de la banqueta del piano… Es tan así que no sé tocar la mayoría del disco. Ahora estoy memorizando cómo tocarlo, porque son cosas que hice a veces solo una vez y ni me acuerdo de cómo lo hice.
-¿Cómo describirías la importancia que tienen las grabaciones de campo –bueno, de ciudad- en este disco y qué papel ha jugado el productor Paco Loco a la hora de plasmarlas en el disco?
-Me puse unas normas antes de grabar el disco: solo grabaría con piano y algunos sintetizadores. Con los sintes, más que hacer arreglos musicales, quería “reproducir” los sonidos que se escuchan en el salón de mi casa, con las ventanas de los balcones abiertas. Vivo en una esquina de Russafa que tiene mucha vida, de día y de tarde-noche, y quería reinterpretar ese ambiente a veces frenético del barrio, que tanto me gusta. Luego el disco está lleno de ruidos de mi casa, de Joan, de la calle, que se habían quedado un poco enterrados en la mezcla. Pero cuando Paco pasó los temas que le mandé a través de sus cacharros, excitó las mezclas mucho y de repente afloraron ruidos que yo no era consciente de que estaban, o no los recordaba. En algunas piezas, el piano está prácticamente peleando con ese ecosistema sonoro, como en “Epipremnum Aureum”, por ejemplo. Paco es un mago y su aportación sonora al disco ha sido fundamental.
-Este es el primer trabajo en solitario de un músico que ha pasado por muchos y muy variados proyectos musicales. Sabes lo que es ser un postadolescente y tocar rock con tus amigos en un grupo underground. Sabes lo que significa ser el miembro más joven dentro de un grupo veterano de indie-pop, al que llegaste cuando ya tenía una base de seguidores importante. También tienes un dúo con tu pareja… ¿Qué lecciones (musicales y de vida) has aprendido de cada una de estas experiencias?
-De todos los proyectos musicales en los que he participado me he llevado cosas que me han hecho crecer y aprender. Es un viaje que no acaba nunca, y lo más divertido de la música es el viaje en sí mismo. Probar, experimentar, equivocarte, evolucionar. Cuando trabajé en Tigruss Studio aprendí muchas cosas de los distintos grupos y músicos que venían a grabar. Yo era muy joven y tuve la suerte de relacionarme a esa edad tan temprana con gente que sabía mucho más que yo. Compartir horas en un estudio con Suso Sáiz, Cameron Jenkins, Pablo Novoa, Carles Dénia o de repente La URSS o Juanita y Los Feos. También he aprendido mucho de todos los grupos con los que he tenido el privilegio de tocar y colaborar en todos estos años, que son muchos y como dices muy diferentes unos de otros: desde Comadreja Mambo o Tórtel hasta La Habitación Roja, Sr Chinarro o Soledad Vélez. He tenido la suerte de compartir momentos con gente que admiro, y eso me ha ayudado a crecer y madurar como músico y como persona.