VALÈNCIA. El concepto del consumo consciente se presta a múltiples interpretaciones. Para unos se basa en valorar el impacto ambiental, social y laboral que tienen las decisiones de compra; otros lo asocian a la adquisición de productos saludables y para otros consiste, sencillamente, en gastar menos para ahorrar más.
Pero lo cierto es que el consumo privado crece cada año en España debido al aumento de la renta media disponible en los hogares. Verdad también que la industria de la felicidad ha hecho bien su trabajo estableciendo una estrecha relación entre el consumo y las emociones. Como dice el psicólogo Raúl Alelú-Paz, “muchas de nuestras frustraciones las acabamos calmando en Zara, claro que peor sería hacerlo en una casa de apuestas, pero detrás de este comportamiento siempre hay algo más profundo”.
Anti Black Friday
Empresas de nueva creación tratan ahora de cambiar el relato abogando por la contención del gasto y el máximo aprovechamiento de los bienes ya disponibles en beneficio del planeta. ¿Tiene sentido comprar sin pensar? ¿Tiene sentido esta forma de consumo actual? son dos preguntas que plantean desde Minimalism brand, una firma de ropa donde dicen querer cambiar la forma de consumir y hacer accesible la sostenibilidad a cualquier persona y cualquier familia. La marca ha logrado mantenerse fiel a esta filosofía llegando incluso a lanzar lemas como el de ‘No compres si no lo necesitas’ rebelándose contra el furor consumista que desencadena el Black Friday.
- Pepe Martin, cofundador de Minimalism.
No es la única. También Ecoalf o la marca de calzado Vivo Barefoot rechazan sumarse al Black Friday por fomentar un consumo desenfrenado. Sepiia, que en principio se adhirió a esta iniciativa, anuncia ahora ofertas para estas fechas, aunque hable de ‘responsible friday’ aludiendo al consumo consciente y responsable.
La marca española Mutitaa, por su parte, se distancia de esta celebración argumentando que los beneficios económicos generados por la venta de sus artículos van enteramente destinados a generar beneficios sociales mediante la financiación de proyectos de desarrollo en Camboya. Así que en lugar de bajar los precios en Black Friday, lo que hacen en Mutitaa, de vez en cuanto, es subirlos 10 euros, como hicieron el año del Covid.
El desperdicio alimentario
La alimentación es otra de esas industrias en las que los consumidores habitúan a exceder sus necesidades reales. Tanto es así que los españoles necesitamos de una ley para reducir el desperdicio alimentario. Ahora tiramos menos, pero aún así cada uno de nosotros seguimos mandando a la basura 24,38 kilos de comida cada año. Los hogares adultos y jóvenes independientes son los que más tiran, especialmente productos hortofrutícolas, los cuales representan casi la mitad del desperdicio dentro de los hogares, con un 46,2 % en 2024.
Para mitigar el problema surgen empresas como Bene Bono, startup que salva productos del desperdicio en buen estado, aunque feos. Fundada por Grégoire Carlier, Sven Ripoche y Claire Laurent en abril de 2020, Bene Bono ayuda a los agricultores y productores ecológicos a vender sus productos directamente a los consumidores si no son aceptados por los canales de distribución tradicionales por motivos principalmente estéticos. Desde el lanzamiento de la solución dicen haber salvado 5.200 toneladas de alimentos y contar con más de 300 productores y 30.000 clientes satisfechos. Los productos pueden adquirirse a un precio hasta un 30% más baratos.
Plato limpio, por su parte, es una plataforma educativa cuya misión es transformar los comedores escolares en espacios de aprendizaje, sostenibilidad y cambio real. En línea similar creó en 2023 Gemma Rial Real Kids, una marca de snacks para niños de entre 3 y 12 años 100% naturales, sin azúcares añadidos, sin aditivos, sin edulcorantes, ni ingredientes artificiales. El objetivo es “transformar la alimentación de los niños desde la base, combinando ciencia, producción local y compromiso social” afirma la CEO quien se propone liderar, a través de la marca, un movimiento de familias conscientes “que exigen lo que es obvio: que alimentar bien a nuestros hijos debería ser lo normal”.
- Gemma Rial, fundadora de Real Kids.
Otros consumos inconscientes
Más allá del derroche en la industria de la moda y la alimentaria, de las que se habla en abundancia, también en el entorno digital mostramos ya un consumo desaforado que impacta tanto en la tarjeta de crédito como en nuestras relaciones sociales y en la huella de carbono.
Según un estudio de Bango, los españoles gastamos al año alrededor de 720€ en suscripciones digitales, una media de 3,2 por persona. Estamos todavía lejos de alcanzar el promedio de países como en EE.UU, pero el gasto en plataformas audiovisuales se ha convertido en otro pago recurrente en los hogares, como el del recibo del agua, la luz o el teléfono, y ello a pesar del notable encarecimiento de las tarifas de los servicios de streaming.
Empresas como Sharingful promueven recortar este gasto creando plataformas para compartir suscripciones y el pago de las cuotas con familiares, amigos u otros.
Sin embargo, lo que no consiguen soluciones como la de Sharingful es reducir el impacto que la actividad digital tiene en la huella de carbono debido al consumo energético de los servidores y dispositivos. “Según las últimas estimaciones, la suma de todas las tecnologías de la información y las comunicaciones consume el 4% de toda la energía mundial. Internet, incluyendo todas nuestras actividades digitales, ha superado ya a la industria de la aviación en términos de emisiones de carbono”, se explica en la página web de Hiili, una spin-off de la UC3m que se encarga de cuantificar las emisiones de las actividades digitales. Aquí desarrollan soluciones tecnológicas que combina técnicas de medidas de Internet y modelos basados en machine learning para realizar una estimación precisa del consumo energético y la huella de carbono de los procesos digitales de una empresa.
