VALENCIA. En la calle Bolsería de Valencia hay una pequeña choza de regalos venerables cuyo propietario conserva, como oro en paño, un folleto publicitario, pura postal, en el que aparece La Manzanera en su génesis. La Manzanera, sobre una tierra puntiaguda azuzando el Peñón de Ifach, es una las áreas rituales en el acercamiento a Calp. En aquella imagen sesentera un edificio en verde se escalona, rodeado de un murete, inspirado por el africanismo mediterráneo, ojeando el Peñón majestuoso. El propietario de la tienda de Bolsería rechaza vender la imagen pese a las seducciones de los pretendientes y su mitomanía. Sabe que conserva una joya de la estética marina.
Es uno de los mayores objetos de culto arquitectónicos del país, el proyecto firmado por un jovenet Ricardo Bofill, aliado con Peter Hodgkinson, cabeza pensante de la creación, todavía hoy socio del Taller Bofill y quien cuantas décadas después sigue vistiendo sexagenario sus camisas floreadas.
Bofill y Hodgkinson hicieron de aquella fortaleza un insólito campo de experimentación. En plena forma, latiendo fuerte sus ideales, dejaron una impronta única. Desde su construcción a finales de los 60 no ha sido hasta ahora, al calor viral, cuando los niveles de reconocimiento han terminado disparándose. ¿Y a santo de qué esta pasión tan hype?
Hay una postal valenciana que no deja de enseñarse. Dentro de La Manzanera, todas las miradas apuntan a la Muralla Roja. “Este es el edificio español que ves en todas las campañas de moda”, titulaba Telva hace unos meses. Y no solo en las de moda. La celebridad parisina Martin Solveig grabó allí uno de sus últimos videoclips. La Muralla Roja, algo está pasando con ella, pizpireta y fantasiosa.