VALÈNCIA. Cuando los valencianos Anna Devís y Daniel Rueda pasean hacen muchas cosas: ir combinados con la misma ropa (a veces, y casi siempre de negro), darse la mano y principalmente observar lo que les rodea. Este último factor es el que les ha llevado a su trabajo, capturar los detalles que habitan las calles y construir con ellos un nuevo mapa creativo de València. Bueno, quien dice de València dice del mundo también, para ellos no hay límites más allá de la lente de la cámara. Su trabajo, que bien se asemeja a un trampantojo, vive ahora -impasible al paso del tiempo- en Happytecture, un libro ilustrado de casi ciento setenta páginas (editado por Counter-Print) en las que ahora repasan todo su trabajo. Este fotolibro resume el trabajo del dúo creativo y lo ordena, algo que las redes no les permite: “En las redes se va publicando todo conforme se hace, es caótico, en el libro podemos juntar nuestras imágenes en series y tenemos la oportunidad de darle más cuerpo a las fotografías”, explica Rueda sobre este trabajo.
Dividido en tres secciones clave logra contextualizar varias de sus líneas de trabajo. Comenzando por Curiocities, invitan al lector a observar por las calles esas pequeñas cosas que les puedan sorprender. Puertas, ventanas, árboles y grandes complejos -como la Ciutat de les Arts i les Ciències- parecen nuevos tras la mirada de ambos. A esta sección le pisa los talones Pink-a-boo!, en la que juegan a una especie de “pilla-pilla” a través de la Muralla Roja, en Calpe, todo un reto para interpretar un espacio ya masificado de Ricardo Bofill.
Explica Anna que gracias a los proyectos que habían hecho allí siempre soñaron con desarrollar un trabajo más completo dentro de esta, interpretándola a través de cada recoveco: “Al llegar vimos que era imposible elegir sólo un rincón, de ahí surge la idea de contar la muralla a través de un juego de escondite. Estas dos personas que juegan van buscándose mientras interactúan con los colores de la muralla, con la arquitectura y con los espacios que no se acaban”. Esta interpretación nace de la visión de ambos tras convivir mucho tiempo -en la cabeza- con Bofill, pudiendo mirar más allá de lo que se ve en las redes: “En Instagram la muralla queda más como un decorado, nosotros lo que queríamos es que la protagonista fuera la arquitectura y no tanto el personaje que aparece”, explica Anna.
Confiesa que el libro les sirve como excusa para obligar al lector a un consumo pausado de su obra. En el mundo de las redes tristemente hay una tendencia al consumo de imágenes en movimiento, o de forma rápida, pero el libro obliga a pausarse, como lo haría una exposición. Cuando han hecho alguna muestra de su trabajo observan que la gente se para y “lee la imagen de otra manera” e incluso se debaten sobre estas: “Cuando exponemos nuestra obra la gente empieza a repensar los detalles, a ver si las imágenes son reales o no. A veces se sorprenden cuando descubren que no están hechas mediante programas de edición digital, sino que están construidas en el mundo real. Con el libro tenemos la oportunidad de llevar a todo el mundo esta experiencia”.