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EN LA FRONTERA  

Globalizar la indiferencia

Ha sido el tema/temón de la semana: el espectacular despliegue de medios para intentar localizar el submarinito turístico, cinco pasajeros, para otear el Titanic, y la mísera ruina de lo ocurrido en aguas griegas, con centenares de muertos y desaparecidos y en medio de un mar de dudas sobre el papel ejercido por las patrulleras griegas, las mafias egipcias de tráfico de seres humanos, y la abyecta dictadura siria, la de Basar al-Asad, de la que siguen huyendo cientos de miles de personas: Erdogan, tanto en campaña como recién ganadas las elecciones, ya se ha comprometido a expulsar a los refugiados sirios no se sabe muy bien hacia dónde, ello a pesar del suculento convenio ultramillonario que firmó el autócrata turco con la Unión Europea, en tiempos de Merkel, para acoger a los refugiados de la guerra civil siria. La última oferta fue hace dos años: 3.000 millones de euros.

"Mare-Mortum": el Mediterráneo convertido en un cementerio mientras que los informativos de TV nos masacran durante días sobre lo del submarinito turístico: ahora tienen lío sobre la autoría de su diseño y fabricación; nadie quiere saber nada, ni la NASA, ni la Universidad de Washington, ni dios. Soy plenamente consciente de la inutilidad de estas reflexiones pero estoy en mi pleno derecho de cabrearme mucho, tirando a muchísimo. El mismo cabreo que expresó a grito pelado el Papa Francisco en 2013 ante los 80 cadáveres de personas sub-saharianas en Lampedusa: ¡¡¡Vergüenza¡¡¡ A grito pelado. Dos meses antes de lo de Lampedusa Bergoglio ya acuñó una máxima irrefutable: "La globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de llorar". Aún se me ponen los pelos de punta con la frase de marras.

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