ALICANTE. Una de las maneras de leer más peligrosas, peligrosa para aquel que lee, es algo que podríamos llamar ‘empatía absoluta’, ser capaz de vivir, de reproducir en piel propia, en el córtex cerebral, la experiencia de lo narrado, percibiendo todas y cada una de las sensaciones del personaje, del narrador, de la palabra hecha acto.
“Soy un niño anómalo y tomo decisiones por miedo”, nos dice en un determinado momento el narrador de Niño anómalo, y el terror se nos mete en los huesos y rezuma por la punta de nuestros dedos. Si en ese momento de la lectura nos pusiéramos frente al espejo, seríamos incapaces de mantenernos la mirada.