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142 años de Unión Alcoyana

Enrique Rico Ferrer: «En la última crisis no tuvimos que despedir a nadie»

  • Enrique Rico Ferrer (izquierda) y Enrique Jorge Rico (PEPE OLIVARES)

ALICANTE. Ni Mesopotamia ni ‘préstamo a la gruesa’. Estamos en Alcoy, ciudad pionera en el sector de las aseguradoras. «La primera póliza que hicimos fue una casa-habitación con dos espacios, unas caballerías y unos animales», afirma Enrique Jorge Rico, que es consejero delegado de Unión Alcoyana desde el 1 de junio de este año, tras la reciente jubilación de Enrique Rico Ferrer, consejero delegado hasta diciembre de 2018. Desde mayo de año 2002 había ocupado el cargo de director general de esta empresa y su nombramiento ha dado continuidad a la estrategia corporativa de una compañía con casi un siglo y medio de historia. A su lado siempre ha estado su padre, a quien le une una complicidad fácilmente perceptible y quien además es responsable, a ciencia cierta, del éxito de la empresa, una de las aseguradoras más antiguas del país. 

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Pero la llamada Sociedad Anónima de Seguros La Unión Alcoyana nació en 1877, tras la decisión de agruparse de un grupo de familias de empresarios, temerosas de perder su patrimonio. «Fue todo a raíz de un desbarajuste», explica Enrique padre, que ha vivido toda una vida entre seguros. «Cuando llegó la revolución, trece empresarios alcoyanos, entre los que había financieros y banqueros —uno de ellos Rigoberto Albors, uno de los impulsores del Monte de Piedad— decidieron hacer una sociedad, por miedo a que les quemaran sus casas, a raíz de lo que habían visto». Esta premisa se remonta al año 1871, cuando se había establecido en la ciudad la sede española de la I Internacional o Asociación Internacional de Trabajadores, fundada en 1864, que tendría un peso determinante en los hechos que desembocaron en los sucesos de julio de 1873, la Revolución del Petróleo. La famosa huelga obrera que llevó a un episodio de cruce de disparos que acabó con la vida de dieciséis personas, entre ellas el alcalde de Alcoy, Agustín Albors —desde entonces ‘el Pelletes’, por su trágico final— y que daría lugar a esta primera compañía aseguradora contra incendios, tras la quema masiva derivada del conflicto.

Es inevitable por tanto hablar de Alcoy y de su historia, porque ni la ciudad se entiende sin una sociedad como la Unión Alcoyana, ni viceversa. Un proyecto de municipio pequeño que se ha mantenido, nada más y nada menos, que al calor de ochocientos accionistas, la mayoría de allí. Algunas de las partes, incluso, heredadas de padres a hijos. «Quiero pensar que muchos están por vinculación afectiva, ya que no hay muchas transacciones, aunque siempre está la parte económica». Enrique hijo recuerda que en la entidad no existen accionistas mayoritarios. «La máxima, con un 15% de los títulos, es Ana María Mataix Araño, la presidenta». De sus cincuenta años, veinte los ha pasado en la empresa familiar. Aquí también trabaja otro de los hermanos Rico como actuario. Enrique hijo llegó a sus raíces después de estar en la mili y tras una especie de año sabático en Colonia, Alemania. Se quedó, dice, «por casualidad». Siente admiración absoluta por su padre, de quien destaca «su empatía, capacidad de trabajo y cariño». Y al contrario, hacia su hijo, Enrique padre es contundente: «Ha hecho mucho por la Unión Alcoyana». Hay trazos visibles de emoción en estos dos hombres que, con suma elegancia, saben la gran función que están haciendo por dejar un legado patrimonial en la ciudad y provincia.

En casi el siglo y medio que ha pasado, ha llovido mucho. «Recuerdo una anécdota: un agente que, junto a los seguros, vendía bicicletas y, cuando fui a por el cobro, me dijo que no tenía dinero, que no había vendido nada. Pagó en bicicletas. Al final me las tuvo que comprar el párroco al que se las había dejado, que quería sortearlas». A sus ochenta y dos años, Enrique padre tiene tantos buenos recuerdos, casi, como pólizas firmadas. A la de las bicicletas, le acompaña otra anécdota. En este caso, cuando le tocó revender jamones para liquidar otro cobro. «Yo siempre he vendido seguros; eso que dicen que es difícil, para mí era facilísimo; conocía a todo el mundo», confiesa Enrique Rico. Considera que el secreto es solo uno: la confianza. «Un buen agente siempre te dirá las verdades a la cara», explica. Su hijo sonríe y asiente. «La verdad es que en esta empresa siempre hemos sabido lo que hacíamos: el último objetivo sigue siendo nuestro cliente. Tenemos resiliencia. Es un trabajo de calidad y, si encima ganas algo para los accionistas, pues genial», asegura. 

El año pasado cerraron 32.000 siniestros. Hacen memoria y se muestran orgullosos. Forman un tándem perfecto. Las quejas son residuales, comentan. «Somos un sector complicado y desconocido, a veces no se nos pone en valor. Damos cobertura a miles de personas para proteger su patrimonio con muchos recursos», defiende el actual consejero delegado. «La facturación de las compañías aseguradoras supone el 4,5% del PIB anual, aunque gestionan mucho más. Es cierto que no tenemos sex appeal como sector; somos un poco grises, no estamos dados a fuegos artificiales», detalla con una sonrisa.

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