VALÈNCIA. Comentábamos el sábado un documental: Sretno dijete (Niño feliz) que explicaba la explosión del punk en Yugoslavia. Si queremos un documento escrito sobre aquella escena que no tenía nada que envidiar a las del resto de capitales europeas, con la salvedad de que se encontraba en un país socialista, uno de los libros que mejor reflejan el espíritu es In search of Tito's punks de Barry Phillips.
Natural de Gloucestershire, Inglaterra, Phillips acabó recorriendo las repúblicas ex yugoslavas entrevistando a los protagonistas de la escena punk de los años 70 y 80 en este país de forma completamente accidental. Un día descubrió en facebook que una de las canciones de su grupo punk con el que sacó un single en 1981, Demob, resulta que había sido un hit en Yugoslavia con la letra traducida y adaptada al serbocroata.
El mosaico que conforman los encuentros de su libro muestran un escenario que desafía todos los clichés. Para empezar, por el origen de los punks yugoslavos. La inmensa mayoría formaban parte de la clase media que había logrado levantar el comunismo en este país. Un número increíble eran hijos de oficiales del ejército y políticos del partido. Aquello era natural, porque esa burguesía roja, en palabras del disidente ex comunista Milovan Djilas, era la que más viajaba al exterior y volvía con compras de todo tipo, entre ellas discos.
Si aquí en España aún se mira con desprecio a los que tenían dinero de ir a comprar discos a Londres a principios de los 80, allí lo eran todo. De todos modos, por los convenios que tenían los sellos del Estado, se publicaron elepés como Raw Power de los Stooges cuando salieron. El primer disco de los Real Kids, allí lo publicó el Estado ¡Era un servicio público! Son detalles curiosos, como que llegó la moda antes que la música. Los chicos ya llevaban imperdibles antes de haber escuchado una sola nota de punk. Algunos ni siquiera sabían si era un baile nuevo o un estilo de música. Así de abierta estaba la federación al exterior.