ALICANTE. La conexión con una obra de arte surge a veces como un flechazo. Lo que no implica entender el mensaje encriptado por el artista, sino que basta con percibir algún estímulo contemplando la pieza. Los más sensibles incluso habrán sentido el síndrome de Stendhall. Provocar esos sentimientos es lo que convierte a un artesano en artista.
Sin embargo, además hay quien tiene un don para hacer de intermediario en el camino contrario. El que capta la emoción del autor, antes siquiera de que este la haya plasmado, para hacer de eso una obra de arte con sus propias manos. En ese punto está Abel Martín (Teruel, 1931 – Madrid, 1993), maestro de la serigrafía a quien el MACA desempolvará muy pronto para dedicarle una exposición temporal con sus fondos de la colección Arte Siglo XX.
Como casi todas las grandes cosas que suceden en la vida, la dedicación a la serigrafía le llegó por casualidad y, aunque él se consideraba un artesano, pieza a pieza construyó su leyenda como artista. Buscaba un oficio y lo encontró en París visitando en 1958 a su hermano y conociendo a quien sería su compañero del alma, Eusebio Sempere (Onil, 1923-1985), de quien posteriormente se convertiría en garante de su legado, hasta su temprana muerte en extrañas circunstancias.
Comenzó en la capital francesa su carrera, en el taller de Wilfredo Arcay, donde conoció al artista alicantino y le ayudó con sus primeras estampaciones. Allí no solo desarrolló una magnífica técnica, sino también un sexto sentido que rápidamente sirvió para unir al tándem Martín-Sempere. De nuevo en España, Sempere trabajaría con él en proyectos como Las cuatro estaciones, de 1965; Album Nayar, de 1967; Libro Alarma, Transparencia del tiempo o La Alhambra, de 1977; Homenaje a Gabriel Miró, de 1978, La luz de los salmos, de 1980; Cántico espiritual; de 1982; incluso en la carpeta póstuma de Las cuatro estaciones, de 1988, que acabó el propio Abel Martín en solitario
Como quien conecta con el más allá, el sexto sentido de Martín, inherente a un artista, llegaba al fondo de las emociones de Sempre para estamparlas después en el papel con una habilidad preciosista que le llevó a trabajar también con los grandes artistas contemporáneos del Siglo XX, convirtiéndose así no solo en un maestro de la serigrafía, sino también en el principal introductor e impulsor de esta técnica en España. Trabajó, entre otros, para Soledad Sevilla, Elena Asins, Eduardo Chillida o Pablo Palazuelo.
Sin embargo, su posición, adoptada con gusto pero también con extrema humildad —en segundo plano, como un simple 'medium' de las emociones o un mero traductor del arte ajeno de otros pintores y autores que se decantaban por experimentar con la serigrafía—, quizá le ha colocado en un lugar injusto, infravalorado con el paso del tiempo. Así lo demuestran algunas de sus piezas propias, que en breve se expondrán en el MACA en una muestra que estará comisariada por Rosa Castells, conservadora del museo.