ALICANTE. Con el espíritu utilitarista que la Educación contemporánea adopta, tan práctico para los tiempos del capitalismo avanzado, esos del consumo colaborativo, la economía del bien común y el "hágalo usted mismo", cada vez nos sorprende menos la categorización con que se tratan los cimientos de la cultura clásica. Al alumnado de Primero de ESO se le enseña que las leyendas y los mitos son dos categorías bien diferenciadas, casi antagónicas, no sea que las confundan y sean incapaces de marcar la casilla correspondiente en el test del examen. Evidente es que una leyenda es una leyenda y un mito, un mito, pero reducir su descripción a tres indicadores no coincidentes, con el fin de estructurar de manera correcta el cerebro de la futura unidad de producción, es ciertamente perverso.
Si esa categoría impoluta y dura como un trozo de mármol, adoptara la verdadera fisonomía líquida, rizomática, de este capitalismo moribundo que nos lleva al abismo, serviría de algo para seducir a las mentes despiertas e hiperestimuladas de los chavales y las chavalas de 12 años. Y entonces tal vez la literatura entraría en sus vidas. En algunos, incluso, de la manera en que lo hizo en la vida de Cortázar, tal y como percibió su amigo de juventud, juventud de Mario, Vargas Llosa: "En Julio la literatura parecía disolverse en la experiencia cotidiana e impregnar toda la vida". Así los docentes no tendrían que tirar año tras año de esas selecciones de lecturas cutres y deprimentes, imaginariamente amarillentas para sus alumnas más exigentes (y aquí utilizo "alumnas" de manera inclusiva y exclusiva, dado que la lectura es cada vez más una cuestión de género).