VALÈNCIA. A finales del siglo XX el cine e internet eran un espacio físico. Un lugar, limitado por cuatro paredes, al que acudir para viajar a un mundo de posibilidades infinitas y al que se accedía a través de una pantalla. Antes de la aparición de los móviles -o de los dispositivos portátiles- uno entraba en una pequeña sala de oficina, encendía un ordenador enorme color blanco hueso y esperaba, durante más de diez minutos, a que la pantalla de inicio mostrara un prado verde. Un paseo virtual que indicaba el camino hacia un navegador, a una partida de solitario o a una carpeta infinita de archivos por organizar.
Internet no estaba presente en las comidas familiares, en las noches de insomnio ni en la palma de la mano. Lo mismo sucedía con el cine: estaba encapsulado en una enorme pantalla, dentro una sala con asientos tapizados y protegido por el seductor olor a palomitas recién hechas. Ni el cine ni el internet son lo que eran, ambos se han dado la mano en la era del streaming y, a través de los dispositivos y las plataformas, han dejado de ser un lugar al que acudir para convertirse en algo omnipresente.
De este monumental cambio -el de siglo, pantallas y hábitos- habla el ensayista, arquitecto y programador en la Cineteca de Madrid Vicente Monroy, quien repasa la historia del cine a través del ensayo Breve historia de la oscuridad. Una defensa de las salas de cine en la era del streaming (Anagrama, 2025). Un libro que se devora en menos de lo que dura una miniserie y que viaja desde las primeras imágenes del mito de la caverna de Platón hasta el terror de la multipantalla.
Lo hace colándose en la última fila de las salas, codeándose con los amantes que se esconden en la oscuridad y los que dicen ser cinéfilos mientras se atreven a decir que “consumen películas”. En una conversación que arroja luz sobre las tinieblas Monroy desvela algunas de las claves para defender las salas en pleno siglo XXI, en un momento en el que las pantallas están siempre a mano y en el que el cine ha dejado de ser lo que era porque “los espectadores hemos escapado de la caverna platónica de la sala de cine y no tenemos pensado volver”, tal y como declara en su ensayo.

- Vicente Monroy -
- MIGUEL GONZÁLEZ
-Para iniciar el ensayo te remontas al mito de la caverna de Platón, que podría ser la primera sala de proyección de “cine” de la historia.
-La oscuridad en el mito de la caverna me sirve para hablar de los primeros encuentros con la imaginería en los que luz y sombra generan un espectáculo. El cine tiene la peculiaridad de contar con una máquina que hace algo con lo que llevamos soñando toda la vida, y que hemos intentado hacer de muchas maneras.
-¿Qué supone el acto de entrar en una sala de cine?
-Introducirse en una sala de cine es un acto de generosidad porque es regalar tu cuerpo y tu imaginación a un espectáculo que puede hacer que tu mundo cambie. El cine ha sido capaz de transformar la visión del mundo de la gente desde hace 140 años y hoy en día, más que nunca, ir al cine es un gesto revolucionario porque es robarle tiempo a la producción. Significa acceder a un espacio oscuro donde la luz de triunfo y de la producción no llegan.
-¿Por qué arrojar la luz sobre la oscuridad?
-La oscuridad cinematográfica es un fenómeno amoroso, el cine es un invento que está pensado desde el sonido y la imagen. Es un arte que nos roza y es muy sensual, en su intimidad han tenido lugar muchas de las grandes historias de amor del siglo XX, es un espacio para inventar el amor moderno.
Me encanta la oscuridad porque es polisémica, tiene cientos de connotaciones en nuestra cultura y sociedad y se puede explorar desde distintos puntos de vista. Esta pluralidad me ayuda a crear una lectura social de nuestro presente, que trato de esbozar en el ensayo.
-¿Quiénes somos cuando nadie nos ve?
-El cine es un lugar donde se puede recuperar el placer de no ser vistos, algo que cada vez es más complicado disfrutar. Vivimos en una época de vigilancia absoluta y el cine tiene un poder desorientador único que introduce al espectador en un relato y le separa del mundo.
-Aunque en la oscuridad también se puede esconder el mal... en el ensayo explicas como el cine gana fama de ser peligroso a principios del siglo XX
-Es un momento en el que se da un giro hasta el imperialismo y a la inmediatez, y se ve el cine como un arte barroco que juega con la oscuridad para hacer luz y que introduce a los espectadores en una especie de máquina ilusionista, que a su vez tiene algo de contrarrevolucionario. Se empieza a ver como una magia oscura e incomprensible.
-¿Qué lectura nos da el cine de quienes somos?
-El cine es un artefacto utópico en el que el pasado y el presente confluyen de una manera muy peculiar. Es un arte capaz de poner a los fantasmas en movimiento y de hacernos ver a gente desaparecida, en el cine tenemos historias que hablan de nosotros desde las cavernas hasta nuestros días.

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-A lo largo del ensayo va entrando poco a poco la luz en el texto, y explicas como el cine en sí mismo se vuelve más luminoso y adaptado. Por ejemplo: hay señalética que indica donde están los asientos, salidas de emergencia… con estas luces desaparece la oscuridad absoluta.
-La desaparición de la oscuridad es un paradigma contemporáneo que influye en la manera que tenemos de relacionarnos con las imágenes. Es lo que ahora llamamos consumir contenido, antes las películas se veían, no se “consumían”. El contenido se introduce en nuestras vidas de todas las formas posibles para no permitirnos ver lo que hay en nuestro interior. El triunfo de la luz que estamos viviendo en la sociedad contemporánea es algo trágico.
-¿Cuál es la tragedia de consumir en vez de ver?
-Cuando hablamos de consumir contenido, estamos generando un discurso sobre imágenes pequeñas y sin valor. Para hablar del fenómeno amoroso del cine hacen falta grandes palabras y discursos y creo que no podemos dejarnos arrollar por este reduccionismo del consumo que se está introduciendo en todos los aspectos de nuestra vida: en las imágenes, en el lenguaje… ¡En todas partes!
-¿Cómo se puede evitar la distracción en el siglo XXI?
-Es difícil, pero cada vez es más urgente. En la Cineteca de Madrid cada vez veo más chavales que encienden el móvil cuando están en una proyección porque no se conforman con una imagen. Necesitamos estar siempre navegando entre imágenes y esto tiene mucho peligro porque las imágenes actuales sirven para desconcentrarnos. El cine solía ser un espacio que generaba memoria, que servía para recopilar el relato de varias generaciones de espectadores, pero las imágenes de los móviles generan olvido. Es una estrategia de marketing.
-¿Cómo funciona este marketing?
-Se busca generar olvido para que siempre estemos buscando algo que nos falta, que hemos perdido. De esta forma no paramos de buscar, comprar y consumir. El contenido está diseñado para que lo olvidemos y la maravilla que es el cine, como generador de memoria, se está perdiendo precisamente por esta imposibilidad a la hora de concentrarnos.
-Y esto cada vez va a peor, hay “contenidos” que ya muestran dos pantallas a la vez para mantener la atención.
-Sí, da miedo. Los reflectores de mass media y de la modernidad siguen aumentando su potencia y cada vez nos cegamos más y más. Cuando sales de ver una película emocionante tienes los ojos llenos de lágrimas, cuando te pasas el día consumiendo imágenes del móvil acabas con los ojos rojos. La manera en la que nos afecta, incluso físicamente, es totalmente distinta. Las imágenes del cine se han comparado siempre con los sueños, mientras que las imágenes de nuestros móviles nos generan insomnio.
-¿Cómo se pueden poner en valor las salas en la era de la inmediatez y del streaming?
-Acompañando las historias. Como programador creo que hay que hacer que sea atractivo ir al cine y que las salas sean espacios donde se generan discursos. La figura del programador, del crítico y del individuo que genera un discurso alrededor de las películas es cada vez más importante. En mi caso, todas las semanas tengo el placer de ver cómo la gente disfruta de una película que está bien acompañada, ya sea por un coloquio, un presentador o hasta un filósofo. La experiencia es la baza para reconstruir el gran relato del cine, que está totalmente resquebrajado.
-¿Hay que reivindicar el cine como acto comunitario?
-Forma parte de la experiencia. Cuando ves una película con alguien recuerdas el plan que hicisteis, si llovía o si hacía bueno, si os quedasteis a tomar algo… A día de hoy las plataformas muchas veces se usan para rellenar huecos de nuestra experiencia. Cuando llegas de trabajar durante nueve horas -en el mejor de los casos- agotado, Netflix te ofrece un capítulo de 45 minutos de la serie que te gusta. Te quitas los zapatos y rellenas una pequeña parte de tu tiempo con la sensación de que, por lo menos, has accedido a algo cultural y te has puesto al día con las series de las que todo el mundo está hablando.
Ver una serie se ha convertido en un acto de relleno, mientras el cine es un acto de amor que comienza por acercarse a una sala de cine, adaptarse a unos horarios e introducirse durante dos horas en la oscuridad.