VALÈNCIA. Es un libro sobre viajes en el tiempo, pero sin grandes aventuras, escenas de acción ni personajes movidos por una misión clara. De hecho, la protagonista de esta historia añade a su natural desorientación adolescente la inquietud por no saber a qué época histórica pertenece. Vive encerrada, junto a toda su familia, en un bucle temporal que comienza en 1999 y finaliza en 2004. Una vez alcanzan ese extremo, regresan al punto de partida. Un poco como Atrapado en el tiempo (Harold Ramis, 1993), solo que la historia no tiene lugar en una pequeña ciudad de Pennsylvania, sino en Valencia.
Esta es la premisa de partida de La enfermedad de los viajes en el tiempo (Libros Walden, 2025), la segunda novela del escritor y guionista Nacho López Murria (Valencia, 1987). Al igual que en la archianalizada película de Bill Murray, esta historia podría encuadrarse dentro de la comedia fantástica, en este caso aliñada con una buena dosis de surrealismo costumbrista. “Aquí los ciclos de repetición no solo un solo día, sino de varios años, de modo que la protagonista crece, pero todo a su alrededor permanece siempre igual, lo que convierte su vida en una especie de infierno”, nos explica el autor por teléfono desde Madrid, ciudad en la que trabaja como guionista para programas y series de televisión. “Me gustaba la idea de que los personajes tuvieran una máquina del tiempo, pero no pudieran usarla como les gustaría. Entre otras cosas, porque hacerlo les produce enfermedades, como la de los astronautas que vienen del espacio”.
Para acabar de rizar el rizo, la novela abraza de alguna manera el género epistolar, puesto que los pensamientos de Cari, la protagonista, nos llegan a través de una sucesión de redacciones escolares dirigidas a un profesor. A él le confiesa el peculiar carácter de los miembros de su familia, entre los que apenas se establecen gestos de amor o empatía. Ella y sus hermanos son, esencialmente, frikis con pocas habilidades sociales que encuentran refugio en la cultura popular del momento: los videojuegos, los canales de chat en la era de los módems con cable y sobre todo la televisión. Estamos, recordemos, en la época de la primera temporada de “Gran Hermano” y en el momento álgido de los programas de carnaza liderados por Mariñas, Karmele Marchante. También es el periodo que asociamos a los tamagotchis y los primeros videojuegos de simulación social, como Los Sims.
Camuflados en la Avenida de La Plata
“Escogí el periodo 1999-2004 porque fue la última gran época antes de la crisis inmobiliaria. La madre de la protagonista comenta que ahí se vivía mejor. Está presente ese espejismo, esa ilusión de que en esa época vivíamos más tranquilos, aunque por otro lado en los telediarios se hablaba tanto de un Madrid-Barça como de que ETA había atentado en el País Vasco”, comenta López Murria. En cuanto a la ubicación geográfica de la historia, al principio se planteó ambientarla en el barrio de San Isidro de Madrid, “pero al final decidí hacerlo en La Plata, el barrio obrero de Valencia donde me crié”.
Los personajes viven camuflados entre los “humanos normales”: son alumnos de los Salesianos San Juan El Bosco y viven en una casa común y corriente. Experimentan los sinsabores del primer amor y el bullying y riñen de vez en cuando con amigos y hermanos, como cualquier otro grupo de chavales. Así, el libro se presenta como un relato con tono costumbrista en el que los elementos propios de la ciencia ficción nunca se explicitan, como ocurre también en las películas del director Chema García Ibarra. En La enfermedad de los viajes en el tiempo encontramos además pasajes tronchantes, como el de la representación del espectáculo escolar Teresa de Calcuta, El Musical, que nos trae a la memoria la fantástica novela Los Huerfanitos, de Santiago Lorenzo.
“Los padres de Cari no dan mucha información sobre el futuro del que vienen; de hecho ella y sus hermanos llegan a sospechar que sus progenitores pueden pertenecer a un comando de la ETA -añade Nacho-. Entendemos que vienen de un futuro marcado por un fuerte individualismo, un mundo en el que las personas viven insensibilizadas y abstraídas constantemente, cada uno en su mundo”. Vienen de un futuro, por tanto, muy parecido al nuestro. “De todos modos, aunque hoy se diga que estamos todos enganchados a las pantallas, he querido reflejar en la novela cómo en aquella época también lo estábamos. En las casas había una televisión casi en cada habitación, y siempre estaban encendidas. Eran un telón de fondo permanente. Por eso Cari y sus hermanos aprenden a relacionarse con los demás a través de lo que aprenden en sitcoms y programas de telerrealidad”.

Conexiones con la escena literaria valenciana
Nacho López Murria debutó en la narrativa hace tres años con París era una rave (Maclein y Parker, 2022) [entendemos que un juego de palabras con la novela de Hemingway París era una fiesta], una peripecia surrealista por las nebulosas calles de la capital francesa en la que intervienen polacos mutantes, un agente secreto clavadito a Ryan Gosling, un hombre con cabeza de palomo y una mendiga que canta canciones de Edith Piaf en bucle. Preguntamos a Nacho si se siente “hermanado” de alguna forma con la escena literaria valenciana contemporánea, representada por autores y autoras muy diferentes entre sí, pero que comparten cierto gusto por los personajes estrambóticos y el humor negro y políticamente incorrecto. “Sí veo ciertas conexiones con los universos de muchos escritores y escritoras de mi generación a los que nos gusta mezclar lo cotidiano con el humor incómodo. Aunque lleve años viviendo en Madrid, sí he seguido la pista de autores como David Pascual, con el que mantengo ahora mismo una gran amistad. Le tengo un cariño especial y de hecho fue una de las personas que leyeron el libro cuando todavía no lo había terminado”. “Es curioso -continúa-, porque el otro día, durante la presentación de La enfermedad de los viajes en el tiempo en la librería +Bernat de Barcelona, su propietario, fernando, que es muy fan de los escritores valencianos, me comentó que le llamaba mucho la atención el respeto que hay entre nosotros. Y creo que eso es muy importante porque esta es una profesión en la que siempre ha habido mucho ego, y eso para mí es inútil. En estas profesiones tan precarias viene muy bien la colaboración y la familiaridad”.
Después de dirigir la ficción sonora Jules & Ren (Podium Podcast), protagonizada por Michelle Jenner y Carlos Santos, López Murria ahora prepara la salida de Canciones para la chica sin final, una novela gráfica creada junto a la ilustradora María Simavilla que verá la luz el año que viene en la editorial La Cúpula. “Es una historia pequeñita e intimista que no tiene nada que ver con el mundo surrealistas y loco de mis novelas. Es el relato de una chica a la que le diagnostican una enfermedad terminal y se junta con sus amigos más cercanos para pasar el fin de semana con ellos. El novio consigue que el cantante favorito de la chica pase el finde con ellos. Es un artista de rock independiente que se encuentra perdido y actúa como catalizador de los personajes principales”.
Faceta teatral
Nacho dio sus primeros pasos en el teatro como actor, director y dramaturgo, aunque ha sido en el terreno del guión audiovisual donde se ha consolidado profesionalmente. Tras más de once años navegando las turbulentas aguas de las artes escénicas con CanallaCo Teatre, los miembros fundadores de la compañía decidieron bajar la persiana y centrarse en otros proyectos.
“En los años en los que tuvimos la compañía sobrevivimos porque todos teníamos nuestros trabajos no artísticos, pero llegó un momento en el que nos costaba mucho mantener la ilusión. Fue un desgaste gradual, derivado de que es un sector super precario en el que tienes que encargarte de todo, desde buscar una subvención hasta buscar una sala donde estrenar. Cada uno hemos ido evolucionando después y no nos ha ido mal, aunque lo mejor de todo es que hemos mantenido la amistad”.
“La verdad es que echo un montón de menos el teatro -confiesa-, pero me ha generado un amor-odio tremendo. De hecho, a pesar de vivir en Madrid veo muchas menos obras de las que me gustaría. Me genera una alegría y tristeza al mismo tiempo que no puedo controlar. Cuando voy a ver una obra y me encanta se me activa el cerebro automáticamente, pero nada más salir del teatro ya me siento agotado porque me viene el recuerdo de todo el esfuerzo que hacíamos cuando teníamos CanallaCo y me doy cuenta de que no me atrevería a retomarlo. Al menos no ahora mismo. Aunque nunca vuelva a hacer teatro, siempre será muy importante para mí porque me llevó adonde estoy ahora. Tengo la suerte de dedicarme a lo que me gusta y de que me lo paso muy bien trabajando. Siempre hay unos proyectos más interesantes que otros, pero trato de disfrutar de todos”.