VALÈNCIA. Cada película del prolífico François Ozon (París, Francia, 1967) es diferente a la anterior. El director francés, que se asoma a la cartelera casi cada año, ha construido una carrera donde conviven diversidad de géneros para abordar temas recurrentes. En el pasado se ha servido del thriller erótico, el musical, el cine de época, el drama psicológico, el coming of age y la comedia para desarrollar relatos donde dinamita las unidades familiares convencionales, expone el adulterio, trata la homosexualidad, arroja luz sobre la intimidad y el sentimiento de culpa, y aborda la ambigüedad moral en el asesinato.
“La inspiración varía en cada ocasión. Por ejemplo, el ímpetu para rodar En la casa (2012) surgió tras ver la obra de teatro de Juan Mayorga El chico de la última fila en París. Hay temas en todo... Después, es cuestión de tener un deseo lo suficientemente fuerte para tirar adelante con la historia y filmarla. Estoy seguro de que si me contaras tu vida, tendría material para hacer una película”, retaba el cineasta en el pasado Festival de San Sebastián, donde su última propuesta, Cuando cae el otoño, fue reconocida con la Concha de Plata a la Mejor Interpretación de Reparto para Pierre Lottin y con el Premio del Jurado al Mejor Guion.
El punto de partida para este noir rural que llega a Filmin el próximo 4 de abril fue un recuerdo de su infancia: una de sus tías organizó una cena con setas silvestres con la que enfermó a toda la familia excepto a sí misma, que, curiosamente, aquella noche no tenía apetito. “El incidente me fascinó y sospeché y deseé que aquella pariente, tan amable y generosa, hubiera querido envenenarnos a todos”, compartía.
Ese capítulo vital lo entretejió con la lectura de la novela de Sacha Guitry Memorias de un tramposo, cuyo protagonista queda huérfano a los 10 años cuando todos los miembros de su clan fallecen intoxicados por unos champiñones tóxicos.
Yo, por mi nieto, mato

La elección del otoño como el momento en el que se desarrolla esta historia moteada de turbiedad no solo responde al hecho de que sea la época del año en la que prolifera la micología, sino también a que sus protagonistas están en la recta final de sus vidas. “Es una estación de transformación, de metamorfosis, donde los árboles pierden sus hojas, el bosque se cubre de tonos rojos y amarillos y se escucha el ruido del agua en los canales. Hay algo muy bello que filmar, pero al mismo tiempo, sus personajes saben que es el fin de sus días, porque llega el invierno, que es un poco la muerte”.
En esta recta final, nada hace más feliz al personaje interpretado por la protagonista del filme, Hélène Vincent, que las visitas de su nieto. Cuando una discusión con su hija pone en peligro ese vínculo, la buena mujer entra en un estado depresivo que le impide levantarse por la mañana. Con esa amenaza sobrevolando su felicidad, se implanta en la película una ambigüedad sobre los límites que la adorable abuelita sería capaz de cruzar con tal de volver a verlo.
“Me parecía interesante mostrar hasta qué punto es difícil para un abuelo o una abuela encontrar su lugar en el seno de una familia, sobre todo en lo que se refiere a los niños pequeños. Están ahí solo cuando los padres lo deciden. Lo he hablado mucho con la actriz principal, que es abuela. Me comentó que cuando los hijos se van de casa se experimenta la soledad y el silencio, así que con los nietos se construye un amor magnífico. Lo que sucede es que han de saber cuál es su lugar: no pueden acaparar mucho espacio porque no son los progenitores, solo tienen autorización para verlos si así lo permiten sus hijos”, desarrolla Ozon.
Edadismo en la gran pantalla

El envoltorio de suspense le sirve al cineasta para tratar el edadismo en la gran pantalla y en la vida. “Las mujeres mayores están muy invisibilizadas en el cine, porque en la sociedad occidental hay una obsesión por la juventud, así que para las actrices resulta muy duro envejecer, pues se las fuerza a mantener una apariencia de lozanía, a practicarse la cirugía estética, mientras en un hombre se aprecia el paso de los años como algo natural e incluso se considera que le da un mayor encanto”, compara el realizador, que da el protagonismo de Cuando cae el otoño a la citada Vincent y a Josiane Balasko.
Ambas dan vida a dos abuelitas afables y, en apariencia, indefensas, que se han instalado en la campiña de Borgoña después de una vida atribulada en París. El personaje al que da vida Vincent cuida de su huerto, va a misa, lleva a su amiga en coche, cena en silencio, sale a pasear por el campo… Ozon retoma la idea de la sororidad que ya estuvo presente en su película previa, Mi crimen (2023), pero aquí, ese apoyo muto se da entre dos ancianas que comparten los sinsabores de un pasado en común y unos hijos con los que mantienen fricciones por el oficio que ambas compartieron.
Al realizador ya se le recriminó darle el protagonismo en 2000 a Charlotte Rampling en Bajo la arena, que entonces tenía 50 años. Esta vez lideran su reparto dos mujeres de 80 y 70, respectivamente. “Quería filmarlas con sus arrugas, asumidas sin trucos, porque ahí reside toda una existencia. Es casi un gesto político, porque la costumbre es reservarles papeles secundarios, el cliché de la abuelita buena, pues tendemos a santificar e idealizar a los ancianos. A menudo no nos molestamos en saber sobre la vida de las personas mayores, cuando es a partir de los 50 años donde deberíamos buscar. Es en su pasado donde disponemos de toda una vida para contar. Aquí muestro que pueden ser personas complejas, con una sexualidad y un sufrimiento enquistado y encuentro que eso abre el imaginario del espectador, porque la imaginación puede bullir a partir de esta vida larga y desconocida”.