VALÈNCIA. Hay quien sube montañas para encontrar silencio; otros, para exhibir una bandera. Pablo Batalla (Gijón, 1987) lo ha hecho libreta en mano (y metafóricamente) para descifrar qué ideas laten tras cada ascensión. En La bandera en la cumbre. Historia política del montañismo (Capitán Swing, 2025), el historiador y ensayista asturiano propone una ruta singular: leer dos siglos y medio de alpinismo como un espejo de la política contemporánea.
La bandera en la cumbre propone leer las montañas como archivo político: desde los nacionalismos hasta el animalismo, las historias de los sherpas invisibles y las metáforas neoliberales. Empieza escribiendo Batalla una perogrullada que siempre cabe recordar: todo es político; en lo alto de una montaña, nunca hay solo nieve y roca: hay también ideas, luchas, memorias, disputas. Y también, de vez en cuando, la posibilidad de mirar el mundo desde otro ángulo.
“Quería escribir una historia política del montañismo, pero no lineal. Si lo hacía empezando en 1786 y acabando hoy habría ideologías muchísimo más representadas que otras. Me interesaba demostrar que no hay ideología que no haya hecho montañismo”, explica. Para ello, se impuso una estructura que forzara la mirada hacia lo menos evidente: “Las ideologías más fáciles de identificar eran el nacionalismo o las ideologías más fogosas —el fascismo, el anarquismo, el comunismo—, donde enseguida me venían ejemplos. Pero decidí obligarme a buscar historias que yo mismo no intuía, especialmente de ideologías más nuevas o menos ruidosas”.
Así llegó, por ejemplo, al animalismo, que pensó que apenas daría material, hasta descubrir “alpinistas veganos que suben al Everest para demostrar que la alimentación vegana no te debilita” o debates curiosos como el del alpinista búlgaro Atanas Skatov, que reivindicaba ser el primer vegano en el Everest y luego se descubrió que había comido unas galletas con miel.
La montaña como forja del “hombre nuevo”
La pregunta que sobrevuela el libro es qué tiene la montaña para resultar tan magnética para cualquier ideología. “La montaña tiene una épica especial. A diferencia de otros deportes, cuando estás en mitad de una pared no puedes parar y volver a casa. Tienes que seguir, buscar fuerzas de donde parece que no las hay. Es una invitación a la superación, una forja ideal”, responde el autor. Esa forja, añade, ha fascinado a todas las corrientes políticas modernas: “Todas tienen su utopía y su hombre ideal que aspiran a construir. Y la montaña es un lugar perfecto para ello”.
Para Batalla, esa carga simbólica bebe también de un sustrato religioso muy antiguo: “Todas las religiones han imaginado que en la montaña pasaban cosas divinas. Aunque las ideologías modernas sean laicas o ateas, ese sustrato sigue ahí: vemos la montaña como metáfora de la subida hacia el ideal”. De hecho, “en las ideologías laicas hay mucha mística, y en las religiones hay mucha materialidad. Cuando el papa León XIII, en 1900, promueve instalar cristos, vírgenes y cruces en las cumbres de Italia, eso es muy material y muy político. Es reapropiarse del paisaje en un momento de secularización”.

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Esa disputa por la montaña —qué significa, a quién pertenece— recorre el libro de principio a fin. “La historia del montañismo es también la historia de quién tiene derecho a estar allí. Desde el alpinismo socialista que llevaba obreros a la montaña hasta los conservadores que subían los precios de los refugios para impedirlo”, apunta.
Una de las zonas más potentes del libro es la dedicada a los trabajadores sin los cuales el himalayismo sería imposible. “Hay una invisibilización tremenda de los sherpas. Me gusta citar el poema de Brecht: ¿Quién construyó Tebas?. Pues en el montañismo pasa lo mismo. Hablamos de Mallory, pero nunca habló de sus sherpas; eran como una tramoya invisibilizada”. La politización de esa invisibilidad, recuerda, también ha existido: “Ha habido huelgas y movimientos de protesta, pero también están ocultos en la historia”.
El montañismo ahora
La conversación aterriza inevitablemente en las imágenes virales del Everest en la actualidad, las de las colas interminables para llegar al techo del mundo. “Nos hablan de muchas cosas (y ninguna buena) sobre el mundo moderno”, responde. Habla de remasificación, desigualdad y turismo de cheque en blanco. “Hay agencias que venden un ‘Everest para cualquiera’. Y es verdad que muchísima gente puede subir al Everest si te atiborran de oxígeno. Lo difícil es sobrevivir a la altura; pero si tienes dinero para pagar a los sherpas y las botellas, subes”.
Y ejemplifica: “En la pandemia se estaba usando en el Everest el oxígeno que escaseaba en los hospitales de Katmandú. Esto habla de un mundo que pregona su desigualdad desde las montañas”. A ello se suma la basura: “El Everest es el vertedero más alto del mundo. Hay gente que solo quiere la foto en redes; la montaña es un telón de fondo de su egolatría”.
Y, sin embargo, Batalla sigue subiendo montañas. Su amor por ellas no se ha resentido, sino transformado: “A veces la montaña también te hace adquirir conciencia política. Si ves que un paisaje que siempre fue verde de repente es amarillo, que hay incendios donde nunca los hubo, se refuerza tu conciencia ecologista. O quizá eres un elitista, pero un día te pierdes y quien te salva es un pastor humilde y te cambia la mirada”.