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Y así, sin más

Conclusiones sin dormir, el Orgullo y las noches de Tefía

  • Patrick Criado en 'Las noches de Tefía' de Atresplñayer.

ALICANTE. “Es que a ti te gustan los bohemios”, me dijo una amiga una tarde. Me quedé mirándola: no creo que me vaya nadie en especial. Para mi amiga, un bohemio es cualquiera que lleve el pelo de los lados más largo de tres centímetros.

Es curioso. A los dieciséis vestía para gustar. Hoy, visto para sentirme a gusto conmigo mismo y con lo que defiendo. No pretendo agradar, me aburre muchísimo hacerlo, todavía más ligar. Ligar es algo que llega. Tampoco tengo ningún interés en ello, voy sin pretensiones. Vender una faceta edulcorada de mí, que dejaré en la cama como mi amiga, que cuando se acuesta después de venir de fiesta sublima el maquillaje sobre el colchón, me parece algo tan innecesario que ya no viene conmigo. Me gusta lo natural, la gente que quiere, que no se impresiona y que quiere sin interés. El interés me revienta por dentro.

A mí nadie me tiene que explicar que dos y dos no suman cuatro ni que la poesía es el desván del metaverso en el que las musas se desnudan como albatros.

Tengo la suerte de haber nacido en una casa en la que los besos se dan sin importar lo que el otro tiene entre las piernas. Sé que la gente no lo tuvo tan fácil a la hora de querer. “Es que esa era mi novia a los dieciocho años; nos dábamos besitos, solo”, me confesó alguien una tarde en la playa. Me quedé mirándole fijamente y estallé en una carcajada. “No te rías que es lo único serio que he dicho esta tarde”, añadió enseñándome los dientes en una sonrisa graciosa. En mi caso no fue así, pero pertenecer al colectivo LGTBIQ+ no ha sido fácil para nadie. Todos los que en algún momento dijeron algo de mi sexualidad han acabado declarándose abiertamente –o clandestinamente– gays. Es curioso cómo algunos se sienten mejor haciendo sentir mal a otro por algo que ellos mismos sienten. Y es que no hace tanto tiempo era impensable que yo, hoy, escribiera sobre esto. Los años pasan, pero la realidad nos enseña que vivimos anclados en el pasado.

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