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DEL DERECHO Y DEL REVÉS 

Alicante, de resacón

  • Multitud en la plaza de Luceros durante una 'mascletà'.

ALICANTE. Mi padre, que era amante de los refranes -y admirador como buen lector, cosa que no puede decir ni la mitad de la población española, de D. Quijote- decía, entre otros, que “no hay quien vaya de romería que no le pese al otro día”. Y en ésas estamos, reponiéndonos aún del machaque de las fiestas de Hogueras, felizmente terminadas. ¡Aleluya, aleluya! y hasta el año que viene. Para que yo me trague tres capítulos seguidos de una serie que dura una hora, sin hacer amago de levantarme del sofá, sí que ha de estar cruda la cosa. Claro que los doctores estos italianos de la serie están impresionantes y eso también ayuda al “relaxing cup of café con leche”, como diría Ana Botella con su espanglis.

Alicante ha quedado, como cada año, arrasada por los visitantes venidos ex profeso para las Hogueras. Vale con que esté toda la ciudad patas arriba -no vale, pero hay que aguantarse, pues el lobby de los festeros se impone al resto de la población y no hay más que tragar-. Aquí no hay debate, simplemente esto es como es y punto. Sin embargo, algo habrá que hacer, tendrá que venir alguien con altura de miras a ordenar esto un poco, porque no podemos seguir así. Cada año, más gente por todas partes. Este ha sido un disloque absoluto, y dicen algunos que un millón de personas pasaron por la ciudad. Me parece una exageración, pero habría que saber de qué manera se calcula la afluencia de público en una semana de fiestas como las de esta ciudad. Las plazas hoteleras no cubren, ni de lejos, la demanda que ha habido en estos días. Así las cosas, la pregunta clave es, ¿dónde estaba alojada tantísima gente? ¿Cuántas viviendas turísticas tenemos en Alicante, y cuántas de éstas ilegales? Porque lo divertido es esto, venir a pasarlo bien, a salir de marcha, estar hasta que amanece, orinarse en cualquier lado de la vía pública si no hay servicios de los que echar mano -faltan, y muchos, y esto es cosa del Ayuntamiento- y consumir alcohol. Seguimos con la teoría del pan y circo para aplacar a las masas.

Conste que no reniego de las fiestas, después de tanto tiempo viviendo aquí ya me he acostumbrado, por más que siga reclamando horarios más racionales para la música nocturna, mayores dotaciones de limpieza viaria -sí, aún más-, durante y después de las fiestas, y un estudio serio del tema sin prejuicios.

Habrá quien no quiera ni planteárselo, pero el ejemplo de Sevilla siempre me ha parecido verdaderamente digno de ser tenido en cuenta: un recinto ferial, al que los que quieren fiesta se van a pasarlo de maravilla hasta la hora que les da la gana, sin con ello interrumpir la vida de todos sus conciudadanos. Habría que darle una vuelta, así como a lo de las hogueras en sí. Lo sé, es un tema cultural, económico, folclórico, lo que quieran, pero no puede ser que, en plena era del calentamiento global, estemos mandando estas emisiones tan potentes de no sé cuántos elementos al aire -espero que no sean tóxicos, pero me temo lo peor- con la quema de los monumentos. Es bonito, divertido, a los más jóvenes les encanta que los bomberos los rieguen de arriba abajo -esa es otra, los litros y litros desperdiciados en apagar las hogueras que nosotros mismos hemos quemado previamente. Es un desparrame absoluto.

Supongo que no lo verán mis ojos, pero llegará un día en que todo esto no se pueda hacer porque por motivos de ecología y de pura lógica y que estará prohibido. Entonces habrá que buscar otra manera de festejar y de disfrutar, así que, ¿por qué no empezar ahora a pensar en ese mañana?

De lo de la mascletá diaria en la plaza de los Luceros, ni hablemos. Una ciudad como ésta, necesitada de referentes, no puede permitirse dañar estas bellas estatuas. Hay que buscar otra ubicación, sé que en otros barrios han lucido las mascletás y se podría plantear, por ejemplo, que fueran itinerantes por barrios y solo la última en Luceros, para tratar de preservarlos. O encontrarles cualquier otra ubicación donde no perjudiquen tanto. Que piensen nuestros políticos, que para eso les pagamos. Y no sean tan pusilánimes, la gente se queja de los cambios, pero luego se acostumbra. Ya sabemos que las fiestas dejan muchos billetes en la ciudad, así que hemos de preservarlas sin dejar de mirar por el bien común.  Y, de paso, hemos de seguir pensando en qué quiere ser Alicante de mayor, y diseñar el modelo de ciudad.

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