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‘Universos ocultos, un viaje a las dimensiones extras del cosmos’ con Lisa Randall

VALÈNCIA. Arriba, abajo, izquierda, derecha, adelante, atrás. No es un brindis: es nuestro universo. Nuestro universo tridimensional. El tiempo en este caso va implícito en la fórmula, cuya elaboración ha llevado unos segundos en las teclas, y además no es una dimensión espacial —que sepamos—, pero es que en materia de dimensiones, lo que sabemos es realmente poco, y de lo que sabemos, sospechamos. Somos animales 3D es una jaula 3D: por debajo de nuestra percepción del cosmos podrían existir los seres bidimensionales de Flatland [Planilandia] que imaginó Edwin Abbott Abbott —bajo el seudónimo A Square en su ingeniosa historia—, y por debajo de ellos, criaturas primitivas condenadas a existir únicamente en una única y escasa dimensión: todo el día a un lado y a otro en un mismo eje. Por encima de nuestra percepción, y cuando decimos encima lo decimos para referirnos a fuera de nuestro alcance, podría estar sucediendo todo, pero no podemos siquiera imaginarlo con un mínimo de nitidez, porque a medida que se aproxima a un pensamiento extradimensional, nuestra mente 3D revela sin pudor sus costuras, se calienta, vibra, emite interferencias, y nos devuelve a la jaula. No hay manera. ¿Por qué tanta dificultad, si al fin y al cabo una dimensión no es otra cosa que una magnitud que nos sirve para definir algo, como un fenómeno? Hay que reconocerle a Interstellar su arrojo al aventurarse a mostrar, primero, un agujero negro —algo que consigue, en apariencia y en base a lo que ahora sabemos, bastante bien—, y después, un paseo por la quinta dimensión, que aquí, y de un modo muy emotivo, es la dimensión del amor en forma de teseracto. Esta escena sirve para ilustrar lo complejo que es mostrar lo que no podemos no ya ver, sino imaginar. ¿Frustrante? Esto recién empieza.

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