VALÈNCIA. En plena defenestración de Quentin Tarantino, es buen momento para recordar uno de sus géneros favoritos, las películas de New World Pictures, la productora de Roger Corman, centrada en el circuito de auto-cines y las salas rurales estadounidenses. Un cine de serie B, o serie Z, que también ha causado pasiones estéticas en determinados círculos en España, aunque no fuesen películas con gran difusión en este país.
Es curioso, porque las producciones de Cannon sí que las vimos todas en el cine. Chuck Norris llegó a tener dos películas en cartel simultáneamente en los 80. De ahí, que el documental Electric Boogaloo que contaba la historia de sus propietarios, los empresarios israelíes Menahem Golan y Yoram Globus, era un verdadero placer verlo.
Sin embargo, la peripecia de esta productora de Roger Corman la trató un documental australiano, de Mark Hartley Machete Maidens Unleashed! con un título que poco tenía que ver con su contenido, como la publicidad promocional de estas películas. Corman se llevó la producción a Filipinas porque era un país que contaba con una excelente infraestructura, se rodaban allí 350 películas al año para su propio mercado, y los gastos de personal eran irrisorios para los estándares estadounidenses, un filipino cobraba cinco dólares al día.
El documental estaba grabado con ritmo televisivo moderno, no era en absoluto un relato pausado y con profundidad, sino que se construía a un ritmo endiablado con intervenciones muy cortas y mucha imagen espectacular y llamativa. A cambio, abarcaba a una gran cantidad de directores, estilos de cine que se realizaron allí y prácticamente tres décadas de cine de serie B.
Lo más llamativo es sin duda la colaboración del dictador Ferdinand Marcos y su mujer Imelda. Ambos eran dos títeres de Estados Unidos y, como tales, salieron del país ayudados por la CIA cuando se produjo la revolución del 1986. En un helicóptero americano llegaron a Hawai cargados de maletines que transportaban oro y diamantes. Vergüenzas de la Guerra Fría.
En cuanto a lo cinematográfico, Marcos colaboró con los cineastas hasta el punto de poner el ejército a su servicio. A Kubrick le pasó lo mismo en España cuando rodó Espartaco. Los hombres de Corman, si necesitaban un helicóptero, solo tenían que pedirlo. A veces, si el piloto llegaba tarde, les pedía perdón excusándose en que había pasado las últimas horas bombardeando rebeldes a cien millas del lugar. Uno que gozó plenamente de estos servicios fue Francis Ford Coppola cuando rodó en Filipinas Apocalypse Now. Los militares se quejaban de que tenían más vehículos en el set de rodaje que en la guerra en la que luchaban. Como dijo el documentalista: "La guerra ficticia se priorizó sobre la real".
No obstante, el cine de Corman estaba muy lejos de una película como Apocalypse Now al menos en su acabado. Ellos, en palabras del maestro, se limitaban a "darle al público lo que quiere ver". Esto era violencia y sexo. Ambas combinadas con diferentes variantes de acción, intriga, terror o fantasía. Todo estaba enfocado al consumo, no había aspiración artística por ninguna parte. Si había sexo, dicen, se anunciaba como "¡Verá usted los pechos más grandes!". La sutileza y el pudor se la dejaban para otros sectores de la industria.
El ahorro en gasto laboral explica muy bien por qué la autobiografía de Corman se titula Cómo hice cientos de películas en Hollywood y nunca perdí un centavo. Las actrices se cambiaban en cuevas; grutas donde el resto del equipo tenía las letrinas. Era asqueroso, recuerdan en el documental. En la comida se encontraban cucarachas. Los stuntmen o especialistas los escogían si veían que tenían todos los dedos de la mano, eso les daba la seguridad de que sabían manejar explosivos. Los que se tiraban desde una altura, la única medida de seguridad que tomaban era santiguarse antes de hacerlo. Si se prendían fuego, esperaban mientras les grababan a que empezase a quemarles y entonces se tiraban al agua. Alguno murió.
Sin embargo, la inversión irrisoria que precisaba hacer cine en esas características le permitió llevar una producción en cadena de las ideas más disparatadas que les venían a la mente. Filmaban sin reglas, sin respeto por ningún tipo de convencionalismo y a veces de ahí salieron ideas que otros copiaron, pero lo importante es que hubo cintas que fueron auténticos pelotazos y dieron un dineral.
Inicialmente, se hacían películas de guerra, pero pronto pasaron de moda. El gusto del público se pasó al terror y el ingrediente que le añadieron a los maquillajes y disfraces cutres fue sencillo: tetas. No había película que hicieran en la que no se desnudase, torturase e incluso forzase a una mujer. Según ellos, eso quería ver aquel público del Medio Oeste que iba al autocine.