VALÈNCIA. Comenta Sara Mansanet, directora de La Cabina, que cada vez llegan al comité de selección más películas de temática LGTB, lo que no tiene nada de extraño. Es un asunto políticamente sensible y de alcance global. Lo curioso es cómo, a la hora de trasladarse al cine, el foco de las preocupaciones varían notablemente en función del país donde transcurra la historia. En la edición del festival que arranca esta noche en el Palau de la Música de València se han incluido cinco títulos sobre diversidad sexual. Dentro de la Sesión Especial DOCMA se proyectará la española Mikele, ganadora del festival Alcances de Cádiz, mientras que el resto compiten en la Sección Oficial. Son la noruega Fanny; Hard Way, un thriller musical enloquecido y facturado en Alemania, la francesa The Man-Woman Case, galardonada con el Premio del Jurado en el Festival Annecy, en la que se narra la historia de Eugene, una de las primeras personas transgénero de la historia contemporánea y, por último, Pink Kill, rodada en un país donde la homosexualidad era considerada una enfermedad sexual o un delito hasta principios de los dosmiles.
Pink Kill cuenta la historia real de una estudiante de secundaria en un pueblo que sufre acoso por parte de sus compañeros cuando descubren que es lesbiana. Un día, sus amigos deciden darle una pastilla para “curar su homosexualidad”. La película, dirigida por la joven directora china Xiaoshan Xie como proyecto de graduación de la Academia de Cine de Beijing, pone sobe el tapete el rechazo social a la homosexualidad en un país que, a pesar de no cargar con el peso moral de la religión, es profundamente conservadora por herencia filosófica del Confucionismo. Allí rige la idea de matrimonio convencional y la necesidad de procrear para revertir el envejecimiento de la población que sufre el país tras décadas de aplicación de la política de hijo único. En el país postcomunista la homosexualidad no es ilegal, pero se censura se aplica de forma más sutil o subrepticia.
Nos habla de todo ello un diplomático español y documentalista que reside desde hace cinco años en Beijing y prefiere mantener el anonimato. “Aquí no hay una persecución obsesiva como la hay en países africanos como Tanzania o Uganda o en Rusia. Creo que el problema del gobierno chino con el colectivo LGTB en realidad radica en que la libertad de acostarte con quien quieras es una afirmación de individualismo que incomoda en un país que no tiene una cultura de derechos sociales. Por otro lado, es un movimiento con mucha capacidad de movilización y presencia en las redes. Esto es un problema, porque para el Partido el control social es muy importante. No quieren que te identifiques con un colectivo, sino con el pueblo chino en general”. “Aquí lo que funciona más es la homosexualidad desde el armario. No dicen nada en casa ni en el trabajo, y existen muchos matrimonios entre gays y lesbianas que quieren que les dejen en paz. Después viven su vida sexual al margen del matrimonio”.
“Al mismo tiempo -razona esta fuente-, el gobierno chino es receptivo cuando hay un gran malestar o demanda social. Toman nota, y dejan que el tema entre poco a poco en el debate público. Un ejemplo reciente es cuando se publicó en el periódico oficial del Partido un artículo criticando la decisión del Twitter chino (Weibo) de eliminar cuentas, imágenes y vídeos relacionados con la homosexualidad. Lo hizo a la vista de las manifestaciones en la calle que provocó este acto de censura”.