Se cuenta que el emperador Carlos V, en la hora de su abdicación, aconsejó a su hijo, el futuro Felipe II, que fijase la capital de España en Lisboa si no quería perder Portugal. El llamado Rey Prudente, que de prudente tenía más bien poco, ignoró la advertencia del padre y fijó la capitalidad en Madrid, un poblachón manchego que sigue emperrado en votar a políticos monárquicos y conservadores.
El augurio de Carlos V se cumplió fatalmente: en 1640 los portugueses se levantaron contra la monarquía hispánica, con tal eficacia y convencimiento que lograron la independencia. Ese año los catalanes, azuzados por sus élites, hicieron lo mismo, pero cayeron bajo la órbita de unos franceses que llevaban ya, por aquel entonces, sangre jacobina en sus venas. Esta circunstancia hizo a los catalanes reconsiderar su decisión de separarse de España, así que regresaron con el rabo entre las piernas, hasta que, como acostumbran, esperaron mejor ocasión para montarla. Son incorregibles.
Portugal, al que los españoles siempre hemos dado la espalda, víctimas de un complejo de superioridad, se adivina como la solución para todos aquellos que nos tememos lo peor en esta legislatura que ha comenzado en el Congreso de los Diputados y en las Cortes Valencianas.
Las elecciones generales, municipales y autonómicas nos han dejado un panorama desolador, con las tres derechas cautivas y desarmadas, un PSOE fortalecido gracias al presidente maniquí y unos nacionalistas, los de aquí y los de allá, aguardando su próxima oportunidad para desguazar el Estado. No parece que lo vayan a tener difícil debido a la cobardía de nuestros gobernantes timoratos.
La pesadilla del Botànic II
En Valencia imaginar otros cuatro años de gobierno del iaio Ribó y su clown italiano, cercados los ciudadanos por la basura acumulada en los barrios y con el riesgo de ser atropellados por un ciclista, se nos antoja una pesadilla. Lo mismo si pensamos en la reedición del siniestro Botànic, en la desgracia de volver a ser cogobernados por el triste exalcalde de la bella Morella y la bruja del cuento.
Ante el erial que tenemos a la vista, hay que rescatar la vieja canción Menos mal que nos queda Portugal, de Siniestro Total, para consolarnos. La banda gallega compuso, en los años ochenta, temas memorables como Ayatollah, no me toques la pirola y Cuánta puta y yo qué viejo. Es de suponer que han sido retiradas del repertorio para no acabar sus autores en la cárcel. Son malos tiempos para el humor (y para la lírica).