VALÈNCIA. Permítanme que, sin que sirva de precedente, les hable monográficamente de un personaje de vida fascinante. Es autor de un libro del que en su día supe de su existencia, pero que hasta hace poco que pude conseguirlo, no había caído en mis manos. En esta ocasión lo encontré, de forma casual, en una enorme biblioteca que adquirió un compañero y que atesoraba una cantidad infame de libros de arte, y de la que ya les hablé hace unas semanas. Se trata de La curiosa vida de los objetos o, como más me gusta en su lengua vernácula, traducido literalmente, La “extraña” vida de los objetos. Su autor es Maurice Rheims y lo escribió en 1965.
Para empezar ¿quién es este caballero que nació en 1910 y falleció en 2003, lo que lo convierte en un privilegiado testigo de todo el siglo XX?. Bien, cuando se teclea su nombre en Google la primera definición que aparece de él es “martillero público”. Efectivamente como rápidamente han descartado, no se trata de uno de esos picapedreros vascos que parten piedras a base de golpear con un enorme martillo. Se trata de uno de los más importantes subastadores del siglo XX, en terminología jurídica francesa un Commissaire-priseur, figura inexistente en nuestro país y que se refiere a profesionales que el estado les concede el derecho a tasar y subastar arte y antigüedades, en virtud de un título que se les concede al acreditar una profesionalidad, formación y conocimientos determinados. Según se dice, a lo largo de su vida profesional, Rheims subastó unos catorce millones de objetos de toda clase, lo que constituye todo un récord. Vendió obras de arte que van de los grandes maestros antiguos, a los más importantes pintores impresionistas y de las vanguardias europeas, pasando por curiosidades como la colección de historietas pornográficas del rey Faruk, la cuchilla de la guillotina que cortó la cabeza de Luís XVI o el sombrero que portaba Napoleón en la batalla de Wagram.
Su labor profesional e intelectual le llevó a convertirse en una eminencia y a ser elegido como el único subastador de arte que ha sido aceptado en la elevada y restringida Academia Francesa, una institución de apenas cuarenta miembros a los que, por su relevancia histórica, se les conoce popularmente como Les inmortels (los inmortales), lo cual es cierto si se tiene en cuenta que calentaron alguno de sus selectos sillones personalidades como Victor Hugo, Voltaire o Pasteur. Otra barrera que rompió Rheims fue la del Hotel Drouot, la sacrosanta empresa de subastas de París fundada a mediados del siglo XIX. Rheims fue durante la ocupación nazi el único judío que subastaba en aquel recinto, cuando por entonces en su puerta de entrada colgaba un cartel que rezaba “Interdit aux chiens et juifs”, es decir “se prohíbe la entrada a perros y a judíos”.

- Maurice Rheims
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