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ALGUNES NOTES SOBRE ART CONTEMPORANI 

LUCE: graffiti, pintura y paisaje

VALÈNCIA. L’Eixample consiguió darle una estética uniforme y funcional a la ciudad. La retícula que diseñó el barón Hausmann para París supuso una codificación urbanísitica y estética, además de una estrategia frente a las comunas del siglo XVIII de la ciudad francesa. La ciudad pasó a tener un patrón y estilizarse a partir de códigos arquitectónicos, y así se generó un modelo moderno de diferencia y repetición. La tecnología permitió mejorar la experiencia urbana y aparecieron las lámparas de gas o más tarde la red eléctrica, y la ciudad ya nunca durmió. 

Con la consolidación de la burguesía urbana en los siglos XVIII y XIX, las ciudades se convirtieron en el epicentro económico y social. Las urbes se expandieron con los modelos reticulares de Cerdà en Barcelona, los dibujos de José Calvo, Luís Ferreres y Joaquín María Arnau en València o el urbanismo colonial en los Estados Unidos. El sistema reticular ordenó bajo unos criterios geométricos y racionales las posibilidades de la ciudad. Entre el dibujo que trazan las calles y avenidas se repartieron una serie de parcelas que serían, como explica Rem Koolhaas en Delirio de Nueva York, el marco para la libertad imaginativa y creativa de los constructores.  

A partir de este momento se empezaron a redactar las leyes de edificabilidad, otro agente clave para el diseño de la ciudad. Constructores, arquitectos y consistorios imponían sus criterios modelando la imagen del paisaje urbano. La parcela privada se convertía así en un espacio de libertad creativa y la franja pública se regulaba por criterios políticos. La intervención del paisaje urbano se decidió en los pisos más altos, donde se afincaban los despachos en los que se dibujaban o firmaban las construcciones. Las ciudades modernas se convirtieron en un juego estético racional. Y la tecnología y la velocidad de construcción del siglo XX exageró la repetición de los patrones. 

La primera vez que andas por l’Eixample de Barcelona es fácil perderse. Es recurrente sentir que la calle por la que andas es la misma por la que andaste anteriormente. Córsega, Floridablanca, Villaroel… La arquitectura es parecida, el diseño de la señalética municipal se repite, los coches podrían ser los mismos y el blanco y negro de los taxis nunca desaparece. Pero, en la calle por la que caminas, en una puerta de garaje, ves unas letras: NIMEK, y te vuelves a orientar. Anoche cuando pasaste por allí viste ese graffiti. 

El graffiti tiene algo de ruptura con la repetición institucionalizada que construye la ciudad. Es un gesto de la gente que habita la ciudad, que la recorre, de las personas que viven los espacios prediseñados y que se revelan contra su impostura y los hacen suyos. El graffiti es una disrupción de lo cotidiano. Frente a esas repeticiones modernas de la ciudad, el graffiti toma el espacio público y lo hace suyo, tuyo y de nadie.

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