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EL CABECICUBO DE SERIES, DOCUS Y TV 

Historia del dueño de un puticlub que intentó vender un submarino soviético a los narcos colombianos

En 1995, un grupo de mafiosos de Miami logró poner en contacto al Ejército soviético, en descomposición tras la desintegración de la URSS, para vender su material de guerra. Les vendieron sobre todo helicópteros que podían cargar 5000 kilos de cocaína cada uno. Pero la apuesta se fue doblando y estuvieron a punto de llegar a venderles también un submarino 

VALÈNCIA. Uno de los mejores documentales que he visto en mucho tiempo. Es de Showtime, dirigido por Tiller Russell, no lleva ni un mes circulando, pero es un recomendación obligada que dará que hablar. Aunque no llegue a convertirse en un clásico, te echas unas risas y te quedas perplejo con la historia que se expone en un documental que cuenta con fuentes primarias y privilegiadas, los propios protagonistas mafiosos de un intento de vender un submarino soviético a narcos colombianos.

Operation Odessa tiene el encanto de los 90, una época que ya es lo suficientemente lejana como para que se empiece a dar la matraca con ella de modo superlativo, si bien es cierto, nunca alcanzó el nivel de frescura y delirio de sus antecesoras. Los 90 fueron como un apéndice de los 80 y a mitad empezó esto que tenemos ahora.

Pero al margen de cultura pop, si algo clave ocurrió en los 90 es que en 1992 se iba a marcar el pico de consumo de cocaína más alto desde mediados de los 70, cuando comenzó a dispararse. Y a su vez, la Unión Soviética se desintegró. Surgieron nuevos estados y, todos ellos, durante el tránsito a la economía de mercado, se hundieron en el caos. No es de extrañar que ambos fenómenos entraran en contacto.

El documental se basa en tres entrevistas a los tres mafiosos que quisieron llevar a cabo la operación. El protagonista es Tarzán, un ruso israelí asentado inicialmente en Nueva York donde trabajaba para la familia Gambino. Se dedicaba a provocar incendios, dar palizas, etcétera. Un día su socio apareció muerto a tiros, así que decidió que ese era un mensaje que le instaba a irse de allí. Eligió Miami, la capital mundial del consumo de cocaína.

Allí montó un club de striptease bastante sórdido, a juzgar por lo que cuenta uno de sus socios. Un espectáculo estrella del local era colocar un vibrador en un coche teledirigido y que la concurrencia cogiera el mando y jugara a introducírselo a una bailarina. Siempre había que ir armado en ese local, había peleas constantemente y, también, ahí se podía conocer a otros miembros del sindicato del crimen. Entre ellos, es gracioso que se cite también a artistas como Sting o Vanila Ice.

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