Un familiar de profesión liberal y bien situado recibió hace años una oferta institucional para sumar fuerzas, experiencias e ideas a un innovador megaproyecto. Buscaban lo mejor de cada casa, al margen de ideales políticos. Profesionales independientes. Había dinero en juego. Pero sobre todo prestigio social e internacional que ganar. Se trataba de asumir un puesto de responsabilidad en una empresa pública de reciente creación. El proyecto era muy interesante. Él sólo pidió libertad de acción y apenas injerencia política. Como buen perito, sabía lo que debía hacer. Le habían buscado. No a la inversa. Un detalle importante. Propuso unos días para madurar la oferta, ordenar y organizar asuntos personales y ofrecer una respuesta definitiva tras haber pactado salario, condiciones laborales temporales y otros extremos adheridos.
Apenas un par de semanas después de haberse cerrado el acuerdo recibió otra llamada. Era para ofrecerle disculpas. La oferta no se podía mantener. Las alturas habían dado una orden. En ese puesto había que colocar urgentemente a un amigo de alguien que tenía carnet del partido. No daba el perfil, pero era una orden. Había que devolver favores. Lo demás era lo de menos. Por supuesto, el desarrollo de funciones y evolución profesional del ente fue, para ser finos, un desastre. En ese puesto de riesgo y equilibrio habían colocado a un personaje ajeno a la realidad profesional. Simplemente, a un amigo con pedigrí y padrino. No daré más detalles, aunque en privado no tendría inconveniente si alguien no cree esta historia en su totalidad.
Casos como este podríamos contar decenas, centenares. Hasta la exconsellera Milagrosa Martínez, recién condenada y hoy a/penada, lo reconoció abiertamente. Cuando la nombraron responsable del turismo autonómico admitió no saber nada del ramo salvo cuando viajaba de vacaciones estivales o negociaba con una agencia de viajes.
Muchísimos saltaron de la universidad a ocupar como primer puesto de trabajo un cargo y en él se mantuvieron y continúan más de veinte años después. O sea, se hicieron “profesionales” sin saber nada de sus auténticas ocupaciones, ni de lo que iba su responsabilidad. Fueron “aprendiendo” mientras envejecían. Si es que de verdad lo consiguieron, o aún están en ello. Tienen hasta leyes que les protegen por militancia, credo y dedicación. Hoy nos piden más empleo privado para sostener las pensiones. Pero la gran mayoría de aquellos siguen en el limbo del sistema y la borrachera del compadreo. Viviendo de una cadena que no les preocupa en absoluto porque la desconocen y tampoco les interesa, salvo cuando se acerca final de mes.
Por no entrar a valorar con detalle, por ejemplo, Ciudad de la Luz, los mega millonarios estudios de Alicante. Además de una plantilla formada en su día por una gran mayoría de apellidos compartidos de políticos de la provincia de Alicante hubo que contratar después a empresas externas para que gestionaran el complejo. Desparramo económico. Lumbreras. ¡Fiesta!
Todos aquellos enchufados con sueldos más que golosos, que es lo de menos frente a su incapacidad laboral e intelectual, sabían de la industria del cine lo que cada noche leían en las parrillas de televisión o se echaban a los ojos en un cine.