Como soy un hombre aburrido y no sé qué hacer con mi vida, el último día de la campaña electoral fui al mitin del presidente maniquí en el Parque Central de València. Al llegar vi a dos grupos reducidos de manifestantes. Eran policías nacionales reclamando la igualdad salarial y funcionarios de prisiones protestando por su situación en las cárceles.
Tuve la suerte de ver al presidente muy de cerca, cuando se dirigía al acto, acompañado por Ximo Puig y el ministro astronauta. Sólo una valla amarilla de plástico nos separaba cuando llegó repartiendo besos, abrazos, carantoñas y arrumacos a todos los que pretendían hacerse un selfi con él. A mi lado, una mujer atractiva, recién salida de la peluquería y con las uñas pintadas de rojo bermellón, gritaba enfervorecida: “¡Me ha dado la mano! ¡Me ha dado la mano!”. Luego me confesó que votaría al PP y no entendí nada.
El pollastre es alto y espigado; es guapo, condenadamente guapo, gana al natural. Las fotos que le hice salieron borrosas, como el tiempo político que nos ha tocado vivir. Me puse a correr tras la comitiva mientras los guardaespaldas no me quitaban ojo. Busqué un sitio en las gradas. No lo había. Me tuve que conformar con seguir el mitin de pie, desde un lateral en el que sólo se veía a los oradores de perfil.
El PSOE o el Club de la Comedia
Abrió el Club de la Comedia (porque hablamos de puro teatro, de grotesco espectáculo) una joven llamada Sandra Gómez, autora de un desolador discurso de bienvenida. En él no faltaron, como era previsible, la matraca del feminismo y el miedo a los fascistas dispuestos a acabar con la democracia. Ni siquiera acertó en la fecha de las elecciones. ¿No hay nadie mejorar en el PSPV para disputarle la Alcaldía de València al iaio Ribó? Silencio. Luego salió el señor Ábalos, escudero del presidente, que hilvanó una intervención de mayor altura, inteligente y malvada, culta también. Nos recordó al mefistofélico Pérez Rubalcaba.
El president Puig estuvo voluntarioso, discreto y gris, como siempre. Ni frío ni calor. No entusiasma ni asusta. Un huevo sin sal. Precedió a Pedro el Aventurero, que se ganó pronto al auditorio, especialmente a las mujeres (algunas vestidas con la chupa roja de cuero de Adriana Lastra) con un discurso demagógico, eficaz y mendaz.