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ALGUNES NOTES SOBRE ART CONTEMPORANI 

Carlos Correcher: imágenes deshechas, pintura rápida y samplers noventeros

  • Almanaque, 2014. Óleo sobre lienzo. 20 x 20 cm C/U.

VALÈNCIA. “Ese disco me decía que puedes hablar desde ti. Al final el tío hace un viaje por su experiencia. Te lleva por su vida en el West Side Compton: los problemas que ha tenido con pandillas, drogas, alcohol. Es muy orgánico el uso de los sonidos, como mete el sonido de balas, del telediario informando de los tiroteos, el toc toc de la encargada de la limpieza del hotel diciéndote que se va a hacer tarde y tal. Eso me gusta mucho, es muy orgánico en ese sentido. Pero llegó un momento en el que dejé de escucharlo”.

A cinco minutos para acabar la entrevista Carlos Correcher Merlos da una de las claves para entender su obra. En ese momento Carlos hablaba del disco “To Pimp a Butterfly” de Kendrick Lammar publicado en 2015. Uno de los álbumes más importantes de la discografía del rapero del Compton, Los Ángeles. La producción del disco es delicada en el uso de los sonidos extradiagéticos insertados dentro de las canciones. Cuando escuchas temas del LP como Institutionalized hay una serie de sonidos que consiguen romper la cuarta pared y te llevan a otros lugares como un telenoticias, la calle o un anuncio publicitario. Cualquier sonido parece tener lugar en ese pastiche sonoro con el que Lammar narra su vida en la ciudad de la costa oeste.

Originalmente el disco se iba a llamar To Pimp a Caterpillar, que construiría las siglas  Tu. P. A. C, en homenaje a Tupac Shakur, una de las figuras más importantes de la historia del rap estadounidense. Sin embargo, Kendrick Lammar prefirió utilizar la imagen de una mariposa. “To Pimp a Butterfly” habla de como una persona del barrio crece y trata de escapar de él pero no puede porque siempre quedará algo de ella atrapada en el barrio, y eso es algo positivo. A riesgo de parecer grandilocuente la comparación, eso es lo que le pasa a Carlos Correcher Merlos con la pintura: ha crecido con ella, a veces quiere escapar de ella y al final se acaba dando cuenta de que la pintura está en él. 

Click! (Sonido de activación de una grabadora).

“Mi nombre es Carlos Correcher Merlos, hay que mencionar a la madre siempre. Nací aquí en València, estudié aquí en València, y no me quiero mover de València. Me gusta mucho València, se vive muy bien. Soy artista visual aunque hace dos años quería dejar de serlo. Pero al final esto es algo que llevas dentro. He estudiado Bellas Artes, porque aunque suene muy casposo, es algo vital para mí. Pinto porque necesito hacer y eso me imagino que hasta que tenga que ser, así será.”

"Al final la institución es una burbuja. Un mundo ficticio que cuando estás dentro de él te sientes protegido pero es una sensación de protección falsa"

Carlos se metió en la universidad para ser pintor. La proyección plástica se sembró un día en casa su tía cuando tenía ocho años después de que ella le animase a pintar y le plantease que debía estudiar Bellas Artes. No volvió a ponerse frente a un lienzo hasta que llegó a la facultad. Durante su periodo universitario trató de buscar su estilo, siguiendo la carrera académica, hizo el máster de Producción Artística.

“Luego vino un vacío. Un vacío brutal al salir de ahí. Al final la institución es una burbuja. Un mundo ficticio que cuando estás dentro de él te sientes protegido pero es una sensación de protección falsa. Cuando sales a currar con tu padre no hay ninguna protección, vas a pelo frente al mundo y es lo que me pasó. De querer comerme el mundo del arte a casi odiarlo, pero lo digo porque lo quiero.

En su principio, la pintura de Correcher quería mancharse y dejarse llevar. Por aquel entonces hacia una abstracción “algo conceptual aunque no tenía ni idea de lo que era la abstracción”, recuerda con una sonrisa. En ese punto fue importante que se encontrase con Javier Claramunt, el profesor de pintura que le cuestionó la posición desde la que abordaba el proceso plástico. Le dijo algo así como se real, le hizo ver que no estaba viviendo lo que pintaba. A partir de ese punto de inflexión su proceso empezó a cuestionar de dónde venían las formas, los colores y los gestos que proyectaba en el lienzo.

“Mi obra empieza con el uso de imágenes digitales. Algo muy del típico tío de Tumblr y Forocoches. A mediados de cuarto de carrera empecé a coleccionar imágenes digitales de todo tipo. Si había algo de la imagen que inconscientemente me llamase la atención me la guardaba en carpetas. La imagen la imprimía tal cual y luego la calcaba con tintas planas”. El proceso se repetía hasta el punto de volverse un proceso automático, propio de una linea de producción que empezaba con la recolección de imágenes, su digestión y posterior volcado en el soporte. 

En esta primera etapa Carlos consumía mucha cultura visual. Igual miraba una película de Herzog que un capítulo de Big Bang Theory. No le interesaba el contenido de la imagen, le atraía entender porque la imagen formalmente conectaba con la gente. Todavía hoy se siente fascinado por desentrañar cómo algo técnico, como una imagen, pasa a ser un objeto que genera deseo por su contemplación. Su mirada descomponía los elementos de un plano de una serie para analizar su potencial estético. Todos estos elementos descompuestos, los absorbía y alguno de ellos acababa pintado en sus obras.

Las imágenes que elegía tenían una calidad y una textura parecida. Anuncios publicitarios, cómics mainstream de los sesenta, telenovelas, películas de serie B…Material que procede de sistemas de producción acelerados, masivos y con cierta textura industrial. Objetos visuales que desprenden una sensación de dejadez en su producción, más creados para lo masivo que para su belleza formal. Imágenes hechas sin dedicación, productos de una cultura basada en la difusión y la rapidez y que comporta la explotación de los cuerpos que las producen. Unos cuerpos alienados por el trabajo que no empatizan con la imagen que construyen y que lo toman como un proceso automático laboral. 

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