VALÈNCIA. El vaquero de Marlboro o la chica Martini sonarán a iconos de la publicidad para muchos, pero para los que no tienen edad legal para fumar o beber alcohol son personajes totalmente desconocidos. El primero, tras más de seis décadas siendo reinterpretado por múltiples machos alfa, fue erradicado de pantallas y vallas publicitarias vía legal, y la segunda, que en los últimos años era convocada por casting, simplemente desapareció de los planes de la empresa en 2013.
Estas drogas socialmente aceptadas son prácticamente el detonante de la historia de la publicidad, con empresas y lobbys que movían presupuestos para hacer lo que se les pasase por la cabeza, por lo que prácticamente inventaron soportes hoy día habituales, y a base de talonario y repetición colocaron en el imaginario popular personajes como los comentados, siempre explotando valores que los consumidores deseasen tener y, por tanto, comprar.
Más allá de los mitos de la publicidad subliminal (terreno también muy conocido por empresas de bebidas y de tabaco), la cara más visible que tenían era el anuncio impreso y el de televisión. Pero hoy día la publicidad de estos sectores ha sido restringida, casi por completo en el caso del tabaco y en el alcohol (tal vez con un lobby más influyente y mejor posicionado) relegado a unos anuncios más blandos, con limitaciones horarias y ubicación de vallas controlada lejos de colegios y hospitales.
Fue en 2005 cuando se impuso la ley de medidas sanitarias frente al tabaquismo para regular no solo su venta sino la publicidad de los productos del tabaco, sector que no puede hacer ninguna clase de publicidad y ni siquiera patrocinios, donde el alcohol sí ha encontrado una vía de seguir llegando a su público target. En efecto, se regula y se prohíbe anunciar, pero se permite la venta. Una hipocresía que ha hecho aumentar las campañas encubiertas ya que tabaco y alcohol saben que necesitan los impactos de la publicidad.
De hecho, en cierta forma y por necesidad los propios medios han glorificado a estos anunciantes, su mejor cliente, y por ellos pasa la historia de la publicidad, como se encarga de narrar Mad Men.