VALÈNCIA. A Adela Cortina (València, 1947) le sobran los motivos para esbozar una sonrisa. Galardonada recientemente con el Premio Palabra, concedido por la FAPE (la Federación de Asociaciones de Periodistas de España) y la Fundación 'César Egido Serrano', no es el primero que reconoce su trayectoria y aportación (por citar solo un par, cabría mencionar el Premio Internacional de Ensayo Jovellanos, en 2007; o el Nacional de Ensayo, en 2014). La filósofa, catedrática de Ética de la Universitat de València, atesora más de tres décadas de trayectoria (acuñó en los 90 el conocido concepto de “aporofobia” para referirse al odio y rechazo hacia la pobreza y las personas pobres) y una buena cantidad de galardones que no la han alejado de sus principales intereses. Los sigue defendiendo, además, con una energía que una no se resiste a envidiar.
La ética sigue siendo el eje principal alrededor del cual se pregunta, reflexiona y analiza (prueba de ello es su libro ¿Para qué sirve realmente la ética?, publicado hace cinco años). Lo hace, en algunas ocasiones, desde las oficinas de la Fundación Étnor de València, la cual dirige, y donde nos encontramos con ella hace unos días aprovechando su reciente reconocimiento. “Fue una alegría muy grande porque este premio se da por fomentar el valor de la palabra como clave de convivencia ética y como forma de consolidar el sistema democrático. Hay pocas causas más interesantes o ilusionantes”, puntualiza Cortina.
A menudo utilizamos la palabra “ética” sin conocer su auténtico significado. “Cuando pregunto qué es, no encuentro a nadie que me conteste. Habría que hacer algún tipo de encuesta, incluso por televisión, y preguntarle a la gente qué es lo que entiende por ética”, bromea la filósofa, que condensa brevemente la palabra relacionándola con el carácter de las personas y los pueblos, así como la predisposición de las personas a tomar unas u otras decisiones.
Las cuestiones éticas rodean un sinfín de temas de rabiosa actualidad: la posverdad, la utilización de las redes sociales o las posibilidades que plantea la biotecnología aparecen en un horizonte cada vez más dibujado ante nuestros ojos. Visiones apocalípticas se contraponen con perspectivas repletas de oportunidades de futuro. Cortina admite que no predica con el optimismo o pesimismo (“después de todo, son estados de ánimo que varían de un día a otro”), pero sí cultiva con esmero la esperanza.
“Como indican autores como Steven Pinker, si reparamos en la evolución de la historia de la humanidad, ha sido en un sentido positivo: el número de muertes se ha reducido enormemente, el número de guerras se ha reducido enormemente… proporcionalmente a cada época. Sigue habiendo esclavitud, es cierto, pero no nos parece bien; perseguimos la igualdad entre hombres y mujeres…”, apunta. “Hay gente que busca construir un mundo mejor: por esa gente hay razones para la esperanza. Hay que construir el mundo para que haya motivos para esperar que pueda ser mejor”, concluye. Y lo hace sin perder la sonrisa.
-El “bien común” es algo que se defiende por parte de todos los partidos políticos, si bien cada uno de ellos lo entiende de una manera determinada. Lo vemos estos días con Madrid Central; mientras que algunas formaciones políticas defienden la iniciativa, otras se han posicionado en contra advirtiendo de que perjudican los intereses de la ciudadanía. Y así con otros tantísimos temas. ¿Dónde queda la ética en la política?
-La ética puede ser personal, y también política. De hecho, la ética política es importantísima en una sociedad porque no hay auténtica política sin una base ética. Una política que prescinda de la ética es, sencillamente, mala política. Ni siquiera inmoral: es mala. Y, en efecto, la política tiene que perseguir el “bien común”, esa es la clave.
Lo que pasa es que el “bien común” no tiene una sola interpretación. A lo largo de la historia ha habido muchos modelos y sigue habiéndolos ahora. A mí me parece extraordinario que las sociedades democráticas dispongan de esa variedad de propuestas. En los regímenes totalitarios solo hay una; y, cuando solo hay una (desde luego) no se busca el “bien común”.
Pero por eso también me parece fundamental que haya ciudadanos y ciudadanas maduros y lúcidos. Nosotros somos los que tenemos que pensar en las distintas propuestas y analizar cuáles nos parecen convincentes y cuáles no. No se trata de que el político de turno nos manipule para vendernos su alternativa. Una ciudadanía lúcida estudia las distintas propuestas y valora si realmente van a ser mejores o no sin sesgos de ningún tipo.
-¿Y está formada la ciudadanía a ese nivel?
-Ese es el problema: no, no lo estamos. No estamos preparados para afrontar estos temas y tomar por nosotros mismos nuestras propias reflexiones. La clave de una democracia es una ciudadanía madura, reflexiva, ilustrada, capaz de argumentar y razonar sobre distintos temas y, sobre todo, comprometida con todo ello. Sin embargo, me temo que muy pocos ciudadanos y ciudadanas se encuentran en esta posición. Por eso es un momento crucial para formar en filosofía y en ética.
Y eso es algo que he dicho muchas veces: tiene que haber una asignatura de ética. Vivimos en un momento en que es necesario que esté en la Educación Secundaria Obligatoria. Hay que cultivar la filosofía: formar a la ciudadanía es la gran asignatura pendiente.
-Vivimos en tiempos convulsos a nivel moral: por ejemplo, en cuanto a la posverdad; la utilización de las redes sociales (tanto política como comercialmente); o las posibilidades que plantea la biotecnología, la clonación o la inteligencia artificial. ¿El futuro es más o menos ético que el pasado? ¿Dependerá de nuestra evolución como sociedad enfrentarnos de una manera u otra a estos temas?
-Ese es el asunto. El futuro está en buena medida en nuestras manos (porque hay una serie de elementos fortuitos que no podemos controlar) y, por tanto, dependerá de lo que hagamos. Efectivamente, gracias al avance exponencial de las tecnociencias, ya sea desde el punto de vista de la biotecnología o la inteligencia artificial, va a haber muchos más medios para que ni una sola persona del mundo pase hambre, frío o sed. Tendremos a nuestra disposición tal cantidad de instrumentos para intentar superar, por ejemplo, las enfermedades, que poco a poco iremos haciéndolo. Entre otras, se van a producir absolutas novedades con la biología sintético.
Lo que es asombroso es cómo no estamos intentando ver cómo vamos a aplicar todos esos medios para cumplir con los derechos humanos que, a fin de cuentas, ya proclamamos en 1948.
-No parece que todo el mundo esté implicado en conseguir esa mejora de derechos para todas las personas. Crees que, por mal que suene, ¿hay gente interesada en que siga habiendo personas pobres, en seguir perpetuando las grandes desigualdades con tal de no ceder privilegios?
-En general, no creo que haya personas a las que les interese que haya pobres. Creo que, más bien, hay un auténtico desentendimiento. Esa idea de que, “si yo estoy bien, que los demás hagan lo que buenamente puedan”, es la prevalente. Cada uno busca su propio bienestar, el de su grupo, el de su familia. Nos olvidamos de los demás y los dejamos de lado. De ahí que yo inventara la palabra “aporofobia”, el rechazo al pobre: el dejarlo de lado, abandonarlo, olvidarlo. Por eso me parece que es más negligencia que interés en que otras personas estén sufriendo.
-Aun sabiendo del sufrimiento de muchas personas (solo hace falta mirar hacia le Mediterráneo y la grave crisis de refugiados) y aun conociendo todo lo que sucede en todas las partes del mundo gracias, en parte, a las nuevas tecnologías, somos cada vez menos solidarios con lo que sucede más allá de nuestro entorno, como comentabas. Resulta algo contradictorio.
-Claro, tienes toda la razón. El hecho de que estemos cada vez más conectados no implica que estemos más comunicados. Hay mayores conexiones, pero no más comunicación. Para comunicarse con otros hace falta estar en sintonía con ellos: no pasa solamente por mandar un WhatsApp o un correo: eso es conexión, información. Pero eso no quiere decir que nos estemos comunicando con personas que están sufriendo o pasándolo mal. Tenemos que pasar del mundo de la interconexión al de la intercomunicación.
-De hecho, comparabas en un artículo la solidaridad surgida a raíz del incendio de Notre Dame en contraposición a la total indiferencia frente a las muertes que se producen en el Mediterráneo… ¿Le profesamos más respeto a los símbolos que a las personas?
-Has tocado un punto importantísimo: para los seres humanos los símbolos son muy importantes. Y eso lo saben los políticos (de un lado y del otro) sobradamente. Todo el mundo sabe que con los símbolos se puede jugar porque están muy cerca de nuestras emociones, de nuestros valores.
Para mí el incendio de Notre Dame fue muy chocante, porque es un símbolo para muchos de los europeos. Pero hay que pensar sobre la importancia que tienen los símbolos y tratar de argumentar y razonar; y, sobre todo, darnos cuenta de que hay otros acontecimientos que, sin parecer tan simbólicos, son reales y crudos como la vida misma. Hay gente que está muriendo en el estrecho. O mexicanos pobres a los que están machacando en Estados Unidos. Eso es una auténtica y flagrante realidad.
Hay que utilizar los símbolos porque lo hacemos siempre (el hombre es un animal simbólico), pero también ser muy cautos y darnos cuenta de que las realidades sangrantes hay que atenderlas. Eso, primero que nada. Luego ya hablaremos de los símbolos.