VALÈNCIA. Poco o nada hemos contribuido los capitalinos a vertebrar la Comunidad. Personalmente me ha ocurrido. Me costó aceptar la integración de Castellón y Alicante en mi mapa de geografía identitaria. No lo cosengui hasta superar la barrera de los cuarenta años de edad. Desde muy chico tuve envidia sana de los compañeros que estudiaron en el colegio de los Hermanos Maristas de Alicante. Mientras ellos disfrutaban de unas instalaciones excepcionales, nosotros, los otros, los matriculados en la calle Salamanca 45, enlatados, nos repartiamos en un cuadrante las horas para practicar las actividades deportivas.
A esto hay que asumir el embrutecimiento que uno atesora durante la adolescencia. Ser un hincha radical del Valencia C.F. lo acentuó un poco más. En el Rico Pérez fui recibido a pedradas, y en las inmediaciones al Castalia a perdigonazos. Con el paso de las temporadas a la ciudad de Alacant le fui cogiendo respeto. Para llegar al corazón de Alicante tuve que coquetear con amistades ganadas a pulso en localidades de proximidad. Léase Altea, Denia, Benidorm, Campello, Alfàs del Pi, Jávea entre otras.
Todo esto empezó a cambiar tímidamente en mi subconsciente gracias a Charo, amiga inseparable de mi vieja, que nos invitaba en época estival a la urbanización de Las Chicharras, situada en la playa de La Albufereta frente al CIub Náutico. Dejar la grada logró superar esas barreras, afrontar mi condición de valenciano desde otra óptica. Aún recuerdo la canción que dedicamos a los hinchas del Hércules en Mestalla, el partido del milenio se juega hoy aquí, el Hércules no viene hasta el año 3000 mil. Tampoco me sirvió de mucho la celebración del día de la Comunidad.
Con María, compañera sentimental en una segunda etapa de mi vida cambiaron las cosas. Desposeído de esa bruta etiqueta de creerse más que nadie, María y yo viajamos en el 2016 a pasar unos días a la ciudad de Alacant para disfrutar de Las Hogueras. Calle a calle y barrio a barrio fui entendiendo durante el recorrido la idiosincrasia de los alicantinos. A través de las fiestas superé mis reticencias sobre la city del Castillo de Santa Bárbara. También ayudó más la lectura de Alacant Blues de Mariano Sánchez en una etapa de desradicalización. Y gracias a un excepcional escritor Juan Gil-Albert descubrí otro enorme cronista, Gabriel Miró, uno de los mejores novelistas nacidos en el Mediterráneo de Serrat.
De aquel desplazamiento festivo saqué conclusiones sobre Alacant, las fiestas y el mar son un bálsamo para engrasar la cadena identitaria de una Comunidad minada por el ego y celos absurdos. De esta crónica sentimental ha servido para mucho, una de ellas que la vida es muy corta, y que uno va dejando relatos en cada esquina. Uno, y sirva para despedirme públicamente de Isabel Delgado, mujer con gran energía, vitalidad y don de gentes que nos dejó hace unos días, Isabel que tanto amaba el Mediterráneo.