España arde. Arrecian las polémicas en un agosto tórrido. La crispación y el enfrentamiento por casi cualquier cuestión marcan la actualidad política y social. En estas épocas convulsas ya casi se nos ha olvidado que las cosas se pueden hacer de otra manera, que los problemas se pueden resolver de forma consensuada y racional.
Imposible, quimeras, me dicen muchos amigos en las tertulias playeras de verano. No obstante, yo trato de sosegar el ambiente. Agua con gas en mano les digo, desde mi posición de historiador: contra todo pronóstico, contra todo lo que indicaba nuestro pasado español de guerras y enfrentamientos continuos, una vez se hizo.
Se llamó la Transición española y ha sido sin lugar a dudas el mayor logro de nuestra sociedad en siglos. Por supuesto no fue un proceso perfecto. Ningún bando salió de aquel impasse plenamente satisfecho.
Sin embargo, estas frustraciones parciales no deben dominar nuestras actuaciones hoy, más de cuarenta años después. España es un país moderno, con una democracia plena y homologable a cualquier sistema parlamentario de la Europa más avanzada.
Como profesor de historia de segundo de Bachillerato he impartido muchos años la asignatura de Historia de España. Y hay algo que no entiendo, que me apena. Tras meses y meses de narrar a nuestros alumnos episodios de guerra, de enfrentamientos, de desacuerdo políticos que nos llevaron a los españoles a las matanzas más absurdas, normalmente la Transición se despacha, ¡en dos horas!.
Es evidente que el tiempo es limitado, que hay que abarcar todo el temario para preparar la prueba de acceso a la universidad, que, como dijo Ortega, la vida es prisa. Pero...¿De verdad no podríamos reservarnos algo más de tiempo para explicar correctamente nuestro gran logro político, el gran pacto consensuado que nos ha permitido vivir más de cuarenta años en paz?
Creo que deberíamos cambiar nuestro enfoque y privilegiar en nuestro relato los momentos de acuerdo, de fraternidad española, tan escasos pero tan valiosos al mismo tiempo.
Me gustaría comentar, pasando ahora a la segunda parte de este artículo, algunas ideas relacionadas con la Transición en la provincia de Alicante. Ando tratando de escribir unos breves textos sobre la cuestión y encuentro poco libros y artículos.
Lo único que puedo hallar son crónicas interesantes de luchadores antifranquistas que nos explican de forma demasiado episódica los acontecimientos desde su óptica. Sus esfuerzos fueron titánicos y hemos de recordarlos y valorarlos, pero opino que falta un análisis más profundo, más centrado en cómo cambio la vida alicantina con la aparición de las Comunidades Autónomas.
¿Qué opina Alicante y los alicantinos del enorme cambio que supuso para la organización territorial del Estado la aprobación del título VIII de la Constitución?, ¿Cómo se vivió en Alicante todo el proceso pre-autonómico que llevó a la creación a principios de los ochenta a la creación de la Comunidad Valenciana?
Necesitamos poner en marcha un nuevo relato que analice la Transición y sus repercusiones territoriales en clave alicantina.
No estamos ante una cuestión únicamente importante para historiadores. Tener una interpretación propia de la Transición nos permitirá saber qué pensamos desde el sur de la Comunidad Valencia de nuestra autonomía, como podemos aportar más a su construcción y sobre todo qué posición debemos tomar ante una eventual reforma de la Constitución que modifique la organización territorial de Estado.
De nuevo entender nuestro pasado, saber valorarlo, nos permitirá identificar qué se hizo bien y qué se debe mejorar. A mi modo de ver la provincia de Alicante no tuvo discurso propio en los años setenta y ochenta, cuando todo el proceso autonómico se puso en marcha.
Ya han pasado más de cuarenta años, construyamos un relato alicantino. Estemos preparados para influir, para dar nuestra opinión. Si no lo hacemos así otros tendrán sus planes y acabarán decidiendo por nosotros. Adelante Alicante.