A medio camino entre la modernidad y la tradición, Alicante se presenta como una tierra de acogida para numerosos turistas, que en estos días han acudido en busca de unos días de descanso y diversión a nuestra provincia. La situación climatológica ha obrado parte del milagro, puesto que, aunque no estemos teniendo unos días precisamente soleados, como los que traíamos antes del inicio de las fiestas, y el viento sea odioso, hemos conseguido librarnos de los nefastos efectos de la borrasca “Nelson”, que ha mantenido a media España en estado de alerta en estos días. De hecho, en el norte de nuestro país han fallecido varias personas debido al temporal, han tenido que cortar carreteras en varios puntos de nuestra geografía y han suspendido centenares de procesiones y actos religiosos que estaban previstos para estos días. Hemos confirmado así, una vez más, que nuestra zona es realmente privilegiada, aunque las escasas lluvias que hemos recibido no lleguen a satisfacer nuestras acuciantes necesidades de agua. Necesitamos llenar nuestras reservas hídricas para poder ser una tierra próspera y no depender de las limosnas de otros.
Las procesiones han contado con una afluencia de público similar a la de ocasiones anteriores, confirmando así el interés que despiertan, tanto en los residentes como en los ciudadanos. De una parte, es obvio que en Alicante se mantienen las costumbres religiosas típicas de la Semana Santa, a pesar de la paulatina desafección de la población general hacia la religión. Si bien los domingos escasean los feligreses en muchas de las iglesias, nuestras tradiciones religiosas se mantienen y las procesiones acreditan que sigue existiendo un profundo fervor en muchos de nuestros conciudadanos, que están dispuestos a sacar los pasos y a desfilar con ellos por nuestras calles, con el gran esfuerzo físico que ello representa, aparte del desembolso económico. No entro en si es por fe, fervor religioso, folclore o amor por las tradiciones, o incluso simplemente por dejarse ver, puesto que cada cual lo vive en la intimidad como tiene por conveniente y es maravilloso que así sea. Ahí radica el gran poder individual de la libertad religiosa, una de las conquistas del constitucionalismo en España. Y cada uno en su intimidad sabrá la verdad de sus actos.
Lo cierto es que las procesiones suponen sin duda un gran atractivo para nuestro turismo, especialmente para el público extranjero, ajeno a nuestras costumbres y entiendo que sorprendido ante la magnificencia de los pasos y la solemnidad de los desfiles en sí. Nuestra Semana Santa ofrece momentos de intensa emoción, como la salida de la enorme escultura de la Santa Cena, el Jueves Santo. Vale la pena verlo al menos una vez.
Alicante está en estos días lleno hasta la bandera y nuestras calles y establecimientos también repletos. Ahora lo que necesitamos es poder ofrecer, tanto a los ciudadanos como a los visitantes, una ciudad limpia y con buenos transportes públicos, en la que se combine una oferta cultural de calidad con la más tradicional del turismo de sol y playa, y todo ello con los mejores servicios.
Nuestra ciudad se debate entre seguir siendo una urbe de provincias que se solaza en la autocontemplación y sigue ensimismada porque se cree lo mejor de lo mejor -no se lo crean, hay muchos otros lugares estupendos para vivir aparte de Alicante-, o aceptar el reto de pasar a ser una ciudad más europea, en la que quepan ciudadanos de todas las nacionalidades, se puedan celebrar congresos internacionales con un número elevado de congresistas, y que atraiga eventos deportivos y musicales de primer nivel. Los mimbres ya están puestos y el esfuerzo que se ha venido desplegando desde las diferentes Administraciones, no solo la local, provincial y autonómica, sino desde Europa con la oficina de la EUIPO, es muy grande. Ahora necesitamos un espaldarazo, que ocurra algo verdaderamente extraordinario, como que la Ciudad de la Luz despegue de verdad. Y ello no podrá suceder sin unos incentivos fiscales verdaderamente atractivos para los productores. No sé si será un sueño, pero dicen que para conseguir las cosas hay en primer lugar que desearlas.