ALICANTE. El triunfo de Pedro Sánchez en la provincia de Alicante tiene varios nombres, pero especialmente, uno, el de Alejandro Soler (1972), ex alcalde de Elche, hombre que la gestión de la crisis de Rodríguez Zapatero se llevó por delante en 2011. Soler ha sido el portavoz de los sanchistas, al tiempo que canalizador de todas las plataformas en defensa del nuevo secretario general del PSOE. Su salida de la Alcaldía y la posterior caída de Jorge Alarte, le llevó al ostracismo y a la salida de la política por no querer aceptar la propuesta de Ximo Puig para ir en el número 13 en las listas del PSPV en las Cortes Valencianas como premio de consolación. Soler ha pasado en dos años de irse por la puerta de atrás de la política a saborear ahora las mieles de la victoria de Sánchez, partiendo de la nada.
Soler fue el niño mimado del socialismo ilicitano, al que Diego Macià preparó para ser alcalde, incluso por delante de Carlos González, hoy primer edil. Da familia socialista, Soler había sido un dirigente destacado de las Juventudes Socialistas y en 2007 fue ungido para llegar a la Alcaldía. Meses antes, Diego Macià había anunciado que después de tres mandatos no repetiría. Soler se presentó y salvó la Alcaldía por 300 votos, los que le sacó a Mercedes Alonso, del PP, que ya le vencería en 2011. El voto de Compromís fue clave y le dio la Alcaldía a Soler, lo que permitió que estuviera en el poder cuatro años, además, como la principal ciudad de la Comunitat gobernada por el PSPV. Un oasis rodeado un océano popular.
Con el tiempo, se vislumbró el divorcio entre Soler y la vieja guardia del socialismo ilicitano. En clave autonómica, Soler se alió con Leire Pajín y por extensión con Jorge Alarte. Fue vicesecretario del PSPV en los años de plomo del socialismo valenciano, en los que el PP arrasaba, pese al inicial goteo de los casos de corrupción. Los clásicos ilicitanos siguieron fieles al lermismo de Ximo Puig.
Soler fue cosa, incluso, en el PSOE. Merced al acuerdo entre Alarte y Rubalcaba, llegó incluso a la ejecutiva federal. Pero para entonces, el tsunami crisisZapatero se había llevado por delante al PSOE de muchas alcaldías históricas, entre ellas, las de Elche. Pero la alianza entre Alarte y Pajín permitía cierto respiro a Soler, que encontró acomodo en la Diputación de Alicante como portavoz.
De brillante oratoria e impecable presencia estética -la que muchos socialistas históricos le reprochaban en Elche mientras se paseaba con descapotables de hijos de empresarios zapateros-, Soler se dedicó a desinflar los argumentos martilleantes del PP en la institución provincial, siempre con el mantra de Zapatero igual a hundimiento. Hasta que llegó la imprevista denuncia de su ex mujer por violencia de género: la denuncia llenó portadas de medios convencionales y obligó a Soler a la renuncia como portavoz y a su salida de la ejecutiva federal. Su aliado y compañero de juergas pajinistas, David Cerdán, hoy secretario provincial del PSPV díscolo con Puig, ocupó su lugar con la promesa de devolver el cargo si la denuncia fuera archivada. Y así fue: la denuncia se archivó por falta de pruebas, pero Soler nunca volvió a la Diputación y Cerdán ya no soltó el bastón de portavoz de la consolación.
Soler, desheredado por los suyos, hundido por los históricos de Elche, tuvo que desempolvar la toga -mejor dicho, comprar una nueva, pues su dedicación total a la política le dejó sin estrenar la profesión de abogado que había sacado entre la UA y la UNED- y volver al turno de oficio y al reencuentro de amigos y conocidos para que le dieran migajas judiciales. Sin vida política, ni vida familiar: todo un chásis en un cementerio de ex políticos con apenas 42 años. Pero Soler nunca perdió el orgullo: el pacto Puig y Alarte dio clemencia a los rockeros de la renovación para ocupar puestos de relevancia en las candidaturas: Cerdán fue el tercero en la lista autonómica, cuando estaba previsto ir el primero; y Soler, el décimo tercero. Escaso premio para llevar serigrafiado el puño y la rosa en la cara desde la niñez. No admitió otro pisotón más. Recogió los bártulos y rechazó el ofrecimiento de un Ximo que por febrero de 2015 ya se veía president.
Soler nunca dejó de ser socialista activo, pero en la sombra. Fue a ver a Pedro Sánchez en el mitin de Alicante de septiembre de 2015, junto a Alarte. Siguió su penitencia hasta el fatídico 1 de octubre de 2016, cuando el comité federal asestó el puñetazo final, que desembocó en la dimisión del pater Sánchez.
En eso momento, Soler, que todavía era y es secretario comarcal del PSOE Baix Vinalopó, comenzó a tirar de indignados de los barones para mover las primeras plataformas sanchistas en las comarcas. Con el fiel Francis Rubio como escudero, Cerdán de avanzadilla del antilermismo y Paco Torres como comodín, el ex alcalde de Elche comenzó a mover el cotarro y montó una plataforma allí donde se le pidió. Juntó a los críticos que no se podían ni oler en Alicante, unió a los de Torrevieja y reclutó a viejos camaradas del pajinismo como Susana Hidalgo, de Ibi; Carles Samper, de Alcoy, Marianet Beltrá, de Novelda; los vicianistas de Dénia, gasparistas de la Marina Baixa, o los defraudados de la Vega Baja, todos aquellos a los que Puig prometió, pero después les dejó esperando. Todos con Sánchez, todos contra Susana (y Puig).
Desde diciembre 2016, desde el acto de Xirivella, el sanchismo de la provincia de Alicante ha sido una ola de clamor en favor de la bases y contra el establishment de Blanquerías. Soler ha sido su estratega visible, en contacto con el círculo íntimo de Pedro Sánchez, y ahora el vencedor moral de esa conjunción de hechos (quién sabe si intencionados) que se llevó a Soler al destierro político en febrero de 2014. Soler olía la victoria, lo que no creía es que fuera tan holgada, todo un termómetro de la indignación. Hoy sonríe, con mucho menos pelo que entonces, y restos de magulladuras en varias partes del cuerpo, pero sonríe.