ELCHE. Mayúsculo, fantástico, hiperbólico, polifacético, lunático, mordaz, bocazas… Hay mil formas de describir a Albert Pla, o posiblemente dos mil, como se pudo contemplar el pasado viernes en La Llotja de Elche. Una muestra de todo lo que representa, su personaje, su música, sus letras y su actitud sobre el escenario. Sigue siendo un tipo escurridizo, un culo de mal asiento que no se corta lo más mínimo, ni en sus versos ni con quien tiene delante, y quienes estaban en primera fila ahora lo saben bien. Pla dio un recital de una hora y cuarto aproximadamente junto a su compañero el guitarrista Diego Cortés, ambos dando un espectáculo, un show, ofreciendo muchas risas, y sí; un conciertazo.
‘Están Cayendo Bombas en Madrid’, un gran recibimiento para empezar el concierto —o ahí entré yo—, un tema cargado de política y que puede ser una declaración de intenciones hoy. Un tema serio, tan serio como delicada y acongojante su interpretación, que rompía con la idea de risión que uno esperaba al entrar a ver a Pla. Su voz rasgada, solitaria, con unos acordes repetitivos, centraban toda la atención en su interpretación y en la letra. Y llegó la primera ovación. Y la muestra de que llamarle cantautor seguramente se quede corto.
Después de más de veinte años de carrera, Pla se ha convertido en una especie de trovador o juglar de lo popular; popular entendido como el sentirse identificado con una historia y unas raíces que el de Sabadell siembra en sus canciones como nadie. De la rumba catalana a un pop rock más infantiloide, sus temas van a herir, con sarcasmo o con hostias directas, historias variadas desde la de ‘Pepe Botika’ que sonó de las primeras hasta la crítica implícita a las manifestaciones en ‘Teófilo Garrido’, sus letras suelen ser mucho menos inocentes de lo que aparentan.
Pero claro, se junta su labia —en este caso cebándose con las primeras filas y su necesidad de estar constantemente con las redes sociales retransmitiendo el concierto— de colegueo, su traje andrajoso hecho con un saco y su capacidad de improvisación y acabas con una sonrisa de oreja a oreja diciéndote para tus adentros: “qué cabrón”. Aunque para ese calificativo, en el buen sentido de la palabra, Cortés, que sacó su pura raza en la guitarra, con unos gestos típicos de quien ha aprendido o militado con la guitarra en la calle y una técnica flamenca que desparramó sobre el público. Sobre todo cuando Pla le dejó en solitario y empezó a exhibirse agitando al personal.
Risas, aplausos, momentos contestatarios cuando sonó ‘Majestad’, una de esas letras que le han hecho estar siempre en el punto de mira a la hora de suspender conciertos o pasar filtros censores, que arrancó muchos aplausos previsiblemente, o puro éxtasis en los diez minutos de ‘La Colilla’ y ese retrato irónico y mordaz de Occidente y EEUU. Pero claro, punto y aparte cuando entonó esa versión de Lou Reed, ya clásico, con ‘El Lado Más Bestia de la Vida’, en el que iba de un lado a otro del escenario, como todo el concierto, apretando los dientes o susurrando. Se hacía muy grande en el escenario gracias a interpretaciones tan imponentes como esta. Se lo comía. Es la perfecta definición de hacer la canción suya o llevársela a su terreno. Con una letra que además pone sobre el discurso, voluntaria o involuntariamente, la normalización de la identidad de género. Otro ejemplo de todo lo que hay más allá de la risa y el personaje. Mucha inteligencia y más que simple hedonismo.
Tras el ya obligatorio bis, sonó el ‘Bar de la Esquina’, de nuevo con esas historias de lo mundano, de amores imposibles o efímeros —tema recurrente como otros tantos relatos cotidianos en su cancionero—, para cerrar con la esperada ‘Joaquín el Necio’. Y un sonoro y calidérrimo aplauso del público. Merecido. Porque Pla nos devolvió a las raíces, mostró todo lo que hay detrás de la cansina imagen de tipo ‘polémico’, y sacó a pasear todo lo que tiene de artista, que no es poco por todo ese cúmulo de características que se vieron el viernes.
Albert Pla es mi pastor, nada me falta.