En realidad, todo tendría que haber empezado por otra parte. Como esta columna, por ejemplo, por el tercer párrafo, quizá. Ejemplos no faltan. Pero no. El detonante fue una entrevista que leí en otro medio, en la que se calificaba al director de cine Don Coscarelli de mítico. Vuelvan a leer su nombre, Don Coscarelli. El autor de películas de cine fantástico de serie B, en especial la pentalogía de Fantasma, que en determinados sectores puede considerarse como de culto. Un realizador cuyo mayor éxito fue El señor de las bestias. Coscarelli, cuya mayor aportación al mundo del cine en los últimos veinte años es la biografía que le ha dedicado el cinéfilo alicantino Iván Escoda. Calificado como mítico. En una época en la que hay quienes se llaman escritores y no son capaces de editar siquiera sus comentarios en las redes sociales, el abuso al que se está sometiendo a las palabras es aterrador. Casi mítico, diría yo.
No hay que buscar muy lejos. El conflicto catalán ha generado nuevos significados para un montón de palabras, como traidor, independencia, democracia, fascista, estadista, izquierda, bandera, equidistancia, presidente o libertad, entre otras. Vivimos un momento en que creemos más en las imágenes, fácilmente maleables, que en las palabras, que están fijadas en varios diccionarios. Es como si la supresión de los soportes físicos, que ha convertido los manuales impresos en papel en una especie en extinción, permitiera también los malabares con los conceptos. Toda una reata de políticos actuales intenta jugar al trile con nosotros, escondiendo bajo cada palabra una bolita que nos quieren hacer pasar por real, cuando no es más que un artificio para incautos. La posverdad. Y tampoco estamos contribuyendo demasiado los ciudadanos que accedemos a internet y nos tragamos que Don Coscarelli es mítico o calificamos nuestro entorno únicamente a través de nuestra experiencia, como si no existiera nada anterior a nuestra vida.
Ahora sí, el párrafo que tendría que haber dado inicio a esta columna, que empieza por en medio de la historia, como la canción All along the watchtower de Bob Dylan. El Ayuntamiento de Alicante va a solicitar a la RAE que suprima la tercera acepción de la palabra alicantina. La de “treta, astucia o malicia con la que se pretende engañar”. Es decir, la de siempre, desde que yo recuerdo, ya que se trata de una reivindicación cíclica. A juicio de la mayoría de nuestros representantes, esta definición es, primero, irrespetuosa con los habitantes de la ciudad. Otro símbolo de los tiempos, la piel fina como la de una cebolla. Nada más hay que atender a los manejos de los últimos gobiernos locales para ver que el sustantivo en entredicho tan solo responde a una realidad que no ha cambiado desde que algún paisano la armó en el pasado y dio pie a esta acepción. Y, segundo, peyorativa para las mujeres. Que tampoco es cierto, porque no alude a una persona, sino a una artimaña, que es un vocablo femenino. Como decir españolada, que no afecta únicamente a las mujeres, pese a su género. Hartos están los académicos de constatar que solo son notarios. A ver si va a ser esta la única palabra que nos tomamos al pie de la letra.
@Faroimpostor