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la yoyoba / OPINIÓN

Abusos que apestan

27/07/2018 - 

Algo huele a podrido en la justicia. La representación de la diosa Themis, con su balanza y su venda en los ojos, debería ampliarse poniéndole también una pinza en la nariz. Porque a veces, apesta. Una peste contagiosa. Algunas sentencias, muchas más de las que podrían considerarse hechos anecdóticos, son nauseabundas. Con demasiada frecuencia, los tribunales fallan. Y no me refiero a que emiten un fallo, sino al verbo fallar como sinónimo de equivocarse. Cuando las resoluciones judiciales se escudan en las leyes vigentes como el amuleto que las protege ante barbaridades incomprensibles para la mayoría de la población, o se cambian leyes obsoletas o se han de eliminar sus intérpretes y sustituirlos por algún algoritmo matemático a quien no se le exija el sentido común. Es curioso que la pestilencia provenga en muchas ocasiones de delitos relacionados con la libertad sexual de las mujeres.

Hace diez años, diez, una chica tuvo la mala idea de beber hasta perder el sentido. Los efectos de haberse pasado de frenada con el alcohol podrían haberse quedado en una resaca de campeonato al día siguiente, con una bronca de su madre o un castigo de dos fines de semana sin salir. Pero nunca debió acabar con una violación en grupo por parte de un hatajo de cobardes incapaces de satisfacer sus instintos sexuales a través de un saludable ejercicio de seducción. Como una muñeca hinchable, sin voluntad ni posibilidad de resistencia, su cuerpo fue asaltado sin mesura en el interior de un coche en el párquing de una discoteca de Guardamar. Leer la sentencia que considera esos hechos como un simple abuso sexual continuado y no como una violación de libro, me produce ampollas en los ojos y un vómito reprimido en la boca del estómago. “Entrad, que hay barra libre”, “miradla, si se está quedando dormida con la polla en la boca” o “venga, que no se entera de nada”, animaban los violadores a otros hombres para que participaran en ese festín carnal todo gratis. ¿Han vomitado ya? Pues eso que reconoce la sentencia como hechos probados no es violación porque no hubo violencia. “Torna-li la trompa al xic” y volvemos a tropezar una y otra vez con la misma piedra. 

La violencia no tiene por qué ser física ni necesitar de armas para ejercerla, dicen en el Tribunal Supremo para justificar un delito de rebelión, pero sí ha de serlo para que se considere que una mujer ha sido violada y no solo abusada. Ella no se resistió, dice el fallo. Cómo hacerlo con esa cantidad de alcohol en sangre. Si los borrachos hubieran sido los atacantes, seguro que la borrachera les habría servido como atenuante. A la víctima, sin embargo, como no se defendió con uñas y dientes a causa de su inconsciencia etílica, no le sirve para justificar su pasividad. Han pasado casi diez años de aquella madrugada de verano de 2008. 

La discoteca ha desaparecido, pero no el dolor de la víctima que sigue sin recordar qué pasó. Fueron sus amigos, los que la rescataron de aquella tortura, quienes le contaron los detalles de una noche para olvidar. Los mismos que lo han relatado ante el tribunal que ha juzgado a agresores. Diez años ha durado una penosa instrucción, con un sinfín de dilaciones atribuidas únicamente al mal funcionamiento de la Justicia, que la han vuelto a golpear otra vez rebajando la condena a sus violadores hasta lo mínimo legal establecido: cuatro años. Ellos siguen en libertad, nunca han entrado en prisión preventiva. Quizá el tiempo transcurrido les haya convertido en honorables padres de familia a quien nadie señala por las calles. Pero ese tiempo no ha cicatrizado el dolor de la víctima. La violaron por primera vez en un párquin y la acaban de volver a violar, en sus derechos, en una sala de vistas. Y lo peor de todo es que sigue igual de paralizada. Ni siquiera piensa recurrir la sentencia. Solo desea olvidar. @layoyoba

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