“Las plagas, en efecto, son una cosa común, pero es difícil creer en las plagas cuando las ve uno caer sobre su cabeza. Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras, y, sin embargo, pestes y guerras cogen a la gente siempre por sorpresa”, reza Albert Camus, en su, para algunos, sobrevalorada obra, La peste. Como dice el novelista francés, la pandemia del Covid-19 nos pilló a todos de imprevisto. De manera alevosa, este microscópico enemigo penetró en nuestras vidas, en nuestros sistemas, desbaratando de un plumazo todos los planes sin que pudiéramos hacer nada. Inertes, contemplamos como nuestro mundo se detenía con un punto y aparte.
Inciso, con complejo de epílogo, de final. Con lo acontecido estos últimos tiempos, nuestra existencia dejara de ser como antes, nuestro universo individualista, -el verdadero mal que ha hecho estallar esta crisis, y el gen que nos hacía creernos a salvo de la amenaza pese a que nuestros hermanos italianos estuvieran en peligro por esta misma-, evolucionara para siempre. Como si fuera capricho del destino, un servidor, asistía impotente a la desmoralización de nuestra sociedad. El hombre había despojado al orbe del derecho natural, y lo había suplantado por el derecho positivo. Estábamos olvidando esa máxima de Rousseau que afirma la bondad natural del hombre. Prescindiendo de lo innato, habíamos dejado que el positivismo, el relativismo y la ley, -por muy injusta que esta fuera-, constituyeran un sinónimo de verdad. Efectos secundarios de una comunidad capitalista…Un atributo, el capitalismo, que pese a ser uno de los pilares del Estado de bienestar, como desdeñó Lucía Méndez en su artículo Capitalismo y valores morales, “en exceso puede producir tiburones capaces de devorarse a si mismos”. Virtud convertida en pecado, que nos hizo atolondrarnos. Crearnos necesidades superfluas, a las que no estamos dispuestos a renunciar ni, aunque nuestra integridad esté en peligro, - ¿Cuántos enfermos por coronavirus se habrán infectado tras acudir a ver al Atlético a Liverpool?, de momento el alcalde de Bérgamo ha señalado que probablemente los 40.000 aficionados que acudieron a San Siro a presenciar el Atlanta-Valencia de Champions estén en su mayoría contagiados-. Incluso cuando ya se iba a levantar el estado de alarma, y estaba deambulando en ultima instancia por las calles, escuché a un grupo de jóvenes protestar porque suspendían los partidos de fútbol para prevenir el contagio. En eso nos convertimos, en individuos que ponían por delante sus vicios a lo demás. Que triste. Antes de que el virus entrara en nuestra vida, como reseñó una allegada en una red social, vivíamos cuesta abajo y sin frenos.
Acomodados en los lujos de occidente, nos creíamos invendibles, omnipotentes y libres, cuando en realidad, éramos esclavos de todo tipo de ídolos de papel. La titulitis, -todavía ahora pese a las circunstancias algunos ponen por delante su trayectoria académica a derrotar a la pandemia-, el 5G… Incontables falsos amigos que hoy todavía nos quitan la razón echándonos en los brazos de la pasión. ¿Es que alguien pondría por delante aprobar un examen o ver un partido de fútbol a que miles de personas se salven? Esta pregunta, aparentemente de respuesta sencilla, en nuestro mundo, muchas veces hemos antepuesto nuestro ombligo al de los demás. Y si repito hasta la saciedad este pronombre posesivo, es porque habíamos llegado a un punto en el que solo nos importaba el ser individual. Ignorábamos que el ser humano, está hecho para vivir en sociedad. No se porque nos subimos por las paredes por estar enclaustrados, si solo nos importaba lo que ocurría en casa, sin mostrar en ocasiones la mínima empatía hacia los demás. ¿Acaso alguien se preocupó de los miles de chinos que perecieron en las manos del enemigo que nos esta asolando ahora? Nadie, y yo el primero. Mirábamos hacia otro lado al ver como se desarrollaban los acontecimientos en Asia. Paradójicamente, pese a que vivimos en un mundo globalizado, cohabitamos como si lo que sucede en otros territorios no nos pudiera pasar a nosotros.
Un ego, -comprensible en el ser humano, siempre se ha dicho que la humildad es la virtud que corona a todas las demás-, que también esta haciendo banalizar, en cierta manera, lo ocurre fuera de nuestras trincheras infinitas del hogar. Corremos el riesgo, de que hasta que este enemigo no ataca a uno de los nuestros, vemos en las cifras de los fallecidos meros resultados colaterales de la lucha contra el virus. Una guerra, que para los que somos de Madrid, seguro que así lo siente también mi paisana, Mónica Nombela, está cobrando un sentido más funesto al ver como IFEMA se convierte en un hospital de campaña, y el Palacio de Hielo en una gran morgue. Ni en nuestras peores pesadillas habríamos imaginado nada igual.
Tengo la esperanza, de que este tiempo de confinamiento, de miedo, y en el que tenemos la oportunidad de apreciar más que nunca el valor de la vida humana nos haga mejores. Aspiración, a la que, pese a que muchos jóvenes estén tomándose este tiempo como unas vacaciones caseras en las que dejar florecer su imaginación jugando con un rollo de papel higiénico o para burlar a las autoridades paseando a un perro de peluche, no renuncio. Confió en que nos demos cuenta de que esto no es un juego, un capricho de los gobiernos, y que está muriendo gente en manos del mayor mal que la sociedad ha conocido en décadas. ¿Se imaginan a los niños británicos banalizar la II Guerra Mundial mientras su progenitor estaba dando la vida por ellos? Tomémonos en serio, no este episodio, sino el principio del fin de una historia. No por nosotros, sino por los que están luchando, soldados que no llevan bayoneta, sino fonendoscopio. Valientes que se ponen todos los días detrás de una caja con forma de trinchera para que el hambre no se convierta en un peligro adicional, y héroes que mientras escuchan Highway to Hell de AC/DC atraviesan el camino hacia el averno para no paralizar el trasporte de suministros.
Aunque nos cueste creerlo, ya son muchos los dirigentes y expertos que asocian las siglas Covid-19 al enemigo de una guerra, -hasta el Presidente de Francia, Emmanuel Macron señaló que su país estaba en campaña contra el virus-, lo que estamos viviendo, tiene grandes trazos de ser la gran contienda de nuestra era. Ha comenzado la III Guerra Mundial. A diferencia de las anteriores, el contrincante es mucho más letal. No tiene tanques ni bombas atómicas, es invisible. Enemigo, que en el mismo instante en el que usted está leyendo estas líneas, está sesgando la vida de muchos europeos y dejándoles postrados en una cama. Como ocurrió en los dos anteriores conflictos, no cabe duda de que el coronavirus va a dejar hecho nuestro sistema una caricatura de lo que fue. Hablando con mi amigo Pedro Baños, coronel del Ejercito de Tierra, experto en geopolítica, y autor del bestseller “Así se domina el mundo”, no tiene dudas en que lo ocurrido cambiara por completo nuestra sociedad. Tenemos que aprovechar la inercia de esa trasformación para fortalecernos como comunidad, y demostrarle a Einstein que la estupidez humana no es infinita.