Apenas unos minutos antes de proceder a escribir este artículo, me para una mujer por la calle pidiéndome sustento para poder comprar leche y otros productos de necesidad. Tras darle un euro, esta, con una mirada triste en la que se puede ver la odisea que vive cada día para dar de comer a sus hijos, se desahoga diciendo: “A los políticos les damos igual, ellos tienen de sobra para llenarse la barriga”.
Esa es la sensación que tienen muchos ciudadanos, que ustedes obvian las circunstancias reales de la sociedad mientras se entretienen en asuntos banales que no constituyen verdaderos problemas. La política ha pasado a ser el arte de lo posible a un espectáculo esperpéntico del que las mentes sensatas han terminado atediadas. Apalancados en discursos del siglo pasado, los dirigentes utilizan a los mitos del pasado como arma arrojadiza mientras el presente destruye las esperanzas de todos y el futuro se oscurece sin que nadie se percate. El ostracismo existencial se ha extendido tanto que hasta ciertos periodistas como Juan José Millas se encargan de resucitar a Franco encarnándolo en figuras modernas como la de Abascal o Monasterio. Dos que han ejercido y están ejerciendo como cabeza de turco de la izquierda simbiotizada por el radicalismo. Extremismo que es a la crispación lo que es el huevo a la gallina. Si estamos en una guerra civil cultural, -no se disparará una bala por mucho que intenten hacérnoslo creer ciertos poderes propagandísticos-, es precisamente por la permanente relativización a la que el sectarismo de los presuntos progresistas ha sometido a la realidad. Relativismo moral enmascarado por una falsa superioridad moral invocada por la izquierda que ha convertido en honrosos a los que se sientan con un filo etarra como Otegui y en apestados a los que lo hacen con Vox.
Aires de la politización correctiva que han despertado los complejos del Partido Popular y de Ciudadanos a la hora de defender determinadas causas, aunque estos mismos supieran que eran causas justas. Políticos valientes como mi amigo Pablo Ruz han sucumbido a la oleada acomplejada permaneciendo impasibles ante determinadas tropelías de su partido. Atrás quedaron los instantes en los que el senador por Alicante me daba consejos de integridad o despertó en mi la vocación política con aquella célebre frase de Edmund Burke que animaba a los valientes a no callarse ante los malos, y ahora es este mismo el que es contemplado por aquellos que un día le admiramos para aplaudir la OPA inmoral y hostil del PP a Ciudadanos compartiendo unas declaraciones de Teodoro García Egea.
¿Escuchan el silencio? Es este mutismo el que nos ha traído hasta aquí. Ha despertado una confrontación constante entre los españoles porque se han ignorado las fechorías perpetradas por el mal. No solo eso, sino que aquellos que debían vencer al mal con abundancia de bien han respondido con las mismas reacciones maliciosas. Se vio la pasada semana cuando Rocío Monasterio perdió los papeles en aquel debate de la SER y le pidió a Pablo Iglesias que cerrase la puerta al salir. Se la debía por haber expulsado indirectamente a su marido Espinosa de los Monteros en una comisión en el Congreso. Algunos olvidan el elemento que es el candidato de Podemos a la Comunidad de Madrid… Pero eso no justifica la falta de modales de la candidata de Vox. Coexistimos en una polaridad en la que los malos actúan como lo que son, unos personajes sin escrúpulos, y los virtuosos han entrado en el juego de los ruines poniéndose a su misma altura, o, sin embargo, han preferido mantenerse al margen permitiendo la lucha entre los malignos y los coléricos.
Es lo que le ocurre a mi querido amigo Edmundo Bal, que intentando expresar la idea aristotélica del bien, está cayendo sin darse cuenta en una peligrosa tibieza sin espacio en un orbe en el que no sólo está en juego el comunismo o la libertad sino un modelo de sociedad civilizada u otro cimentado en una falsa moral. Valores ausentes en la política y, por ende, en la ciudadanía. No hay día en el que nuestros dirigentes nos obsequien con alguna mentira o manipulación, como cuando Díaz Ayuso se regodeó de que Madrid era libre como si en el resto de España cohabitáramos en una autarquía, o presenciemos algún caso de trasfuguismo como el de Toni Cantó, otra gran decepción personal en el pequeño Madrid del poder, como diría Javier Cercas. Farándula política de la que el exdiputado en Corts Valencianes representa uno de sus mayores exponentes teatrales. Me entristeció ver cómo una persona que aprecio mentía a todos los españoles diciendo que se iba al teatro para, a los pocos días, anunciar su fichaje por el PP. La política te enseña a no poner la mano en el fuego por nadie o hacerlo por muy pocos afortunados.
Los españoles se merecen a una clase política que no esté carcomida por el cinismo y corrompida por el poder. Son los políticos los que tienen que liderar a la sociedad inspirando un modelo social, no convertirse en la figura en la que uno no desea acercarse jamás. El buen gobernante pide audacia para practicar el buen hacer, no ejecuta a golpe de encuestas deseando ganar las próximas elecciones.