VALÈNCIA. Hace aproximadamente siete años, la editorial barcelonesa Blackie Books publicó por primera vez en España Conquista de lo inútil del cineasta Werner Herzog, una suerte de diario de rodaje de una de las películas más feroces de todos los tiempos: Fitzcarraldo, alias de Brian Fitzgerald, un excéntrico y megalómano hombre de negocios obsesionado con la ópera que ha ido arruinándose en todas sus empresas. Su último proyecto consiste en construir un teatro de ópera en un poblado peruano a orillas del Amazonas. Para poder financiarlo se inventa un plan que consiste en extraer un gran barco del río y llevarlo hasta la cima de una montaña. Esta película estrenada en el año 1982 tuvo una historia detrás de las cámaras mucho más potente que delante de las mismas. Esto escribía Herzog en enero de 2004, cuando se publicó en alemán el diario:
Por motivos que desconozco, durante largo tiempo no me fue posible siquiera leer el diario que había escrito durante el rodaje de Fitzcarraldo. Hoy, veinticuatro años más tarde, soy capaz de emprender su lectura, aun cuando no ha sido sencillo descifrar mi propia letra, que entonces tenía un tamaño microscópico.
Estos textos no son un informe de rodaje —éste apenas se menciona—, y son un diario sólo en el sentido más amplio. Se trata de otra cosa: más bien paisajes interiores, nacidos del delirio de la selva. Pero tampoco de eso estoy seguro.
Werner Herzog creció en un remoto pueblo de montaña de Baviera. De niño nunca fue al cine, no tenía televisión ni teléfono. Para producir su primera película tuvo que trabajar como soldador. Tenía 19 años. Desde entonces ha producido, escrito y dirigido más de cincuenta películas, entre ellas Aguirre, la cólera de Dios, El enigma de Gaspar Hauser y Grizzly Man.
Fitzcarraldo obsesionó a Herzog durante cuatro años y mientras hacía otros trabajos, escribió minuciosamente un diario que a nadie ocultaba. Klaus Kinski, por ejemplo, el actor que interpretaba al protagonista Fitzcarraldo, creía que su director anotaba en sus diarios todo tipo de injurias sobre su persona. El diario comenzó en julio de 1979 en una casa de Francis Ford Coppola en San Francisco. El director de El Padrino le prestó a Herzog una casa para que se encerrara a escribir el guion. Una vez que acabó el guion, comenzó el diario. Herzog dijo en alguna ocasión que el diario sirvió como una tabla de salvación. Según él, en el rodaje las esperas eran eternas y apenas tenía amigos. Algunas entradas están escritas casi como si fuera un telegrama:
Iquitos, 28 | 6 | 79
Abatimiento por la mañana. ¿Marcharse? ¿Después de tantos meses de trabajo? Gripe leve con mocos constantes. El barco de Fitzcarraldo en la selva cerca de Puerto Maldonado. El mirador en Tres Cruces. Moldear la hélice. Historia con delfines. Los maestros en huelga se encerraron hace diez días en la iglesia y tocan las campanas. En el mercado he comido mono asado; parecía un niño desnudo.
¿Por qué Herzog no fue capaz de releer el diario hasta pasados 24 años? La dimensión épica del diario supera, en ocasiones, al de la película. Y eso es, como pueden imaginar, mucho decir. Herzog no quiso realizar este film en un estudio con efectos especiales, sino en el centro de la selva amazónica y con la naturaleza aberrante e incontrolable como escenario. Es este uno de esos rodajes en lo que todo lo que podría ir mal, fue peor. Para que se hagan una idea, esto fue lo que el director alemán escribió el último día de rodaje:
Camisea, 15 | 6 | 81
Último día de rodaje en el Camisea, al menos por ahora. No recuerdo haber trabajado bajo tanta presión en toda mi vida. Lo que hemos hecho hoy normalmente se haría en cinco días. Kinski gritaba histérico, después se hacía el enfermo terminal, y Paul tenía que sostenerlo, luego un nuevo arrebato de ira. Al mediodía, durante el rodaje, he visto cómo los barqueros trasladaban un tambor para varias toneladas de cables desde la chata a uno de nuestros botes de carga, para ello simplemente lo hacían rodar desde arriba. El bote se ha roto en el acto y se ha hundido como una piedra. Ése ha sido sólo uno de los grotescos episodios marginales. Al siguiente arrebato de cólera de Kinski, el cacique de los ashininka-campas y el cacique de los machiguengas de Shivankoreni me han llevado aparte y me han preguntado con toda tranquilidad si quería que lo mataran.
Con la desquiciada furia de un perro que ha hincado los dientes en la pierna de un ciervo ya muerto y tira del animal caído hasta el extremo de que el cazador abandona todo intento de calmarlo, se apoderó de mí una visión: la imagen de un enorme barco de vapor en una montaña.
Y esa es la imagen que se apoderaría también de todos los espectadores que a lo largo de los años hemos visto ese film casi como una pesadilla.
(…) los gritos de los pájaros, porque en este paisaje inacabado y abandonado por Dios en un arrebato de ira, los pájaros no cantan, sino que gritan de dolor, y árboles enmarañados se pelean entre sí con sus garras de gigantes, de horizonte a horizonte, entre las brumas de una creación que no llegó a completarse. Jadeantes de niebla y agotados, los árboles se yerguen en este mundo irreal, en una miseria irreal; y yo, como en la stanza de un poema en una lengua extranjera que no entiendo, estoy allí, profundamente asustado.
Así pues, Conquista de lo inútil, se desvela como un gran poema de aventuras que también registra el devenir diario del rodaje de una película. Ahí se habla de la soledad, la pasión, la lucha…
Santa María de Nieva, 14 | 10 | 79
Vista desde el aire, la selva se ondula debajo de mí, aparentemente pacífica, pero eso es sólo una ilusión, porque, en su ser más íntimo, la naturaleza nunca es pacífica. Incluso cuando se la desnaturaliza, cuando se domestica, sabe devolver el golpe a los domadores y los degrada al nivel de animales domésticos, de cerdos sonrosados, que luego se consumen como grasa en la sartén.
Los rumores en aquella selva entre los miembros de la tribu y otros habitantes cercanos se fueron encendiendo:
Las noticias sobre nosotros ya no hablan de indios encarcelados, eso parece haberse resuelto de alguna manera. He indagado en Santa María, me he informado de los nombres que habían sido mencionados. Tres de las cuatro personas no habían tenido jamás relación con nosotros y tampoco habían estado nunca en la cárcel, pero un cuarto efectivamente había estado preso como una semana. Se había endeudado con unas treinta tiendas y garitos y quería largarse pero el dueño de un bar lo había hecho detener. Tampoco el cuarto había tenido trato con nosotros. Entretanto se han esparcido nuevos rumores, según los cuales traficamos con armas y drogas.
Una de las entradas más curiosas se sitúan en Lima, cuando el escritor Mario Vargas Llosa tiene noticias del film y habla con Herzog:
Lima, 26 | 6 | 79
A Vargas Llosa le gustaría participar de alguna manera, pero hasta finales de septiembre tiene compromisos. Para entonces es probable que todo se haya venido abajo. Oro es el sudor del sol y plata son las lágrimas de la luna. De aquí en adelante solo astillas. Uli y Gustavo en el aeropuerto, pero como fotos en blanco y negro. Toda la noche peleas sobre cómo debemos trabajar.
Después de no pocos intentos y sufrimientos, el 4 de noviembre de 1981, Herzog y los suyos consiguieron subir el barco a lo alto de la montaña. Así lo registró el cineasta subrayando, cómo fue conquistar algo absolutamente inútil.
No he sentido ningún dolor, ninguna alegría, ninguna excitación, ningún alivio, ninguna felicidad, no he oído ningún sonido ni espirado de alivio. Sólo la conciencia de haber hecho algo totalmente inútil, o, más exactamente, de haber penetrado en la profundidad de su reino misterioso. He visto cómo el barco, de vuelta en su elemento, se enderezaba en un suspiro perezoso. Hoy, miércoles 4 de noviembre de 1981, poco después de las doce del mediodía, hemos conseguido pasar el barco desde el río Camisea por encima de una montaña hasta el Río Urubamba. Sólo queda por informar esto: yo he participado.