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Un paseo por el archivo de Ibán Ramón: una ventana a la República

30/05/2020 - 

VALÈNCIA. Alrededor de 2.000 cuentos infantiles, folletos, libros y revistas, carteles o postales. Este es el resultado de años de coleccionismo del Archivo I.R. Pero esta es solo una manera de contarlo. Si pasamos página de los números, encontramos una colección privada de piezas que reúne algunas importantes obras desarrolladas por artistas gráficos republicanos, objetos recuperados del olvido, pues muchos de ellos han sido ‘rescatados’ de la destrucción y no han sido catalogados. Detrás de este archivo está un hombre bien conocido para el mundo de la cultura, uno de los diseñadores responsables de dotar de una nueva identidad gráfica a una València que se había desdibujado en las últimas dos décadas: Ibán Ramón. El creador se esconde -aunque no demasiado- tras las siglas I.R. con un archivo que tiene como punto de conexión con su trabajo los intereses por una forma de hacer que supone una de las bases de la historia la historia gráfica local e inspira nuevos proyectos. Sin embargo la historia del archivo casi empezó antes de que diseñara su primera campaña. 

“Tengo una tendencia desde muy joven a coleccionar cosas. Canicas, piedras, etc. Con el tiempo te das cuenta de que el gusto por el coleccionismo no consiste tanto en poseer cosas sino en el estudio y la catalogación. Esto me llevó desde muy joven a visitar con cierta frecuencia el rastro de València o las casas de compra-venta de revistas. A los 16 años yo guardaba carteles de los que se editaban entonces, de los años 80. Tenía muchos libros de carteles antiguos y los empecé a buscar en el rastro, sobre todo del mundo de la publicidad, hasta que por casualidad me topé con un cartel de la Guerra Civil. Para mí eso era un material inaccesible, de museo. Cuando me di cuenta de que no era tan extraño, al menos entonces, encontrarlo, comencé a buscarlos con mucha continuidad”, explica Ibán Ramón. Este es el principio de un proceso que ahora se materializa en Archivo I.R., un proyecto a través del que ya ha catalogado aproximadamente un millar de obras que se pueden consultar a través de su página web, aunque no es el único espacio en el que verlas. 

Desde hace años las rarezas de Ramón completan los relatos expositivos de muestra como Josep Renau. Compromís i cultura, que acogió La Nau en 2007, o Construyendo nuevos mundos. Las vanguardias históricas en la Colección del IVAM (1914-1945), que abrió el IVAM en 2015, piezas que han viajado a Madrid o Barcelona o, en el plano internacional, Alemania o México. Fue, sin embargo, en 2016 cuando se pudo ver en persona una mayor muestra de la colección, que formó parte del proyecto Tot està per fer. València Capital de la República, que rememoraba el 80 aniversario del traslado del gobierno de la Segunda República a València, dejando un Madrid asediado por las tropas franquistas. Sobre su futuro expositivo, el diseñador confiesa darle vueltas a un proyecto que no tiene tanto que ver con mostrar la totalidad de la colección, algo que, explica, no tendría sentido, sino con la tipografía en España en la primera mitad del siglo XX.

“Se ha hecho mucha exposición de carteles, por ejemplo, pero muy pocas sobre postales, siendo este uno de los medios de difusión más importantes. Todas las marcas editaban postales publicitarias. Hay mucho material que no ha sido estudiado, expuesto y reproducido. Muchas de las piezas que tengo no aparecen en ningún libro”, relata el diseñador. Su interés pasa por la cuestión política, social y, también, sentimental, una colección que lleva amasando muchos años y que desde hace tres se puede visitar desde casa. De este periodo destaca el reflejo tardío de las vanguardias artísticas europeas y un interés por los formatos menos representados en la reconstrucción gráfica de la época, como la tarjeta postal infantil editada por el Ministerio de Instrucción Pública, que tenía como fin que los niños y niñas evacuados pudieran comunicarse con su familia y que “eran diseñadas por los mismos artistas que hacían los grandes carteles”. 

“Hay trabajos de interés plástico excepcional que apenas ha sido estudiado.  Pese a que es una época sobre la que se ha trabajado mucho, todavía hay huecos. Gran parte de lo que yo hago va en este sentido. No dejo de coleccionar carteles, pero casi cuando me tropiezo con ellos. Lo que en realidad busco son otras piezas”, relata Ibán Ramón. Entre las piezas destaca también una colección de cuidados cuentos, de editoriales como Estrella, con “curiosos” cambios en sus historias, un texto “manipulado al gusto de la época”. Así, en La Cenicienta el príncipe renuncia a la corona para casarse con la protagonista o en El gato con botas el ogro es fascista. “Son unas publicaciones especialmente bien editadas, muy bien ilustradas”.

La historia de esta colección es la del amor y la casualidad y, también, la del propio devenir del hecho de coleccionar, pues nada tiene que ver el presente del Archivo I.R. con la manera en la que empezó a tomar forma en sus inicios, un proceso más “sencillo” y físico, en el que las pantallas todavía no habían absorbido a rastros y mercados. “En el rastro de València se mueve mucho papel, esa es una de sus particularidades. Mucha gente tiene interés por libros, periódicos, etc. Recuerdo que en ese momento se estaba rehabilitando el barrio del Carmen y todo ese material que se vaciaba acababa apareciendo en el rastro, a precios más o menos accesibles”, relata Ibán Ramón. Es, sin embargo, cuando los fondos de las librerías encuentran su hueco en Internet cuando la colección crece más rápidamente, una ventana a la que por su profesión tiene un acceso en un momento iniciático y que dio forma a una colección que cada vez es más difícil ampliar. 

Y es que no todas las piezas se encuentran en desvanes, rastros o librerías de València, sino que gran parte del material está desperdigado por el mundo, obras que fueron con los exiliados y que han acabado a miles de kilómetros de distancia. “Una dificultad de encontrar piezas aquí es que en la posguerra mucha gente del bando republicano tuvo que destruir ese material. En algunas librerías de Canadá, Israel o Francia hay mucho. He acabado buceando por fondos de muchos países, visitando sus librerías de viejo”, relata Ramón. “Con el tiempo, cuando ya se generaliza el uso de Internet, hay más competencia y empiezan a subir mucho los precios, de hecho mucha gente le da más valor a según que piezas del que tienen”. Sea como fuere, la colección acaba cuando no queden más tesoros por descubrir... y para eso queda mucho camino por recorrer.

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