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CASI FAMOSOS

Unas cañas con ese (gran) tipo llamado Enrique Búnbury

21/10/2017 - 

VALÈNCIA. La otra noche, zapeando, topamos en la tele con Búnbury siendo entrevistado por Buenafuente. El maño estaba simpático, lúcido y locuaz. A mi mujer le extrañó; le llamó la atención su agradable comportamiento y su frescura. Es lo que pasa, que muchos piensan que nos encontramos ante un demente, un raro; que el personaje engulló a la persona hace tiempo. Yo le mostré mi indignación y le conté, una vez más, aquella historia. Eran mis primeros pinitos como periodista, cuando me enfrenté cara a cara, como hacía en aquellos momentos Buenafuente (y salvando millones de distancias), al gran Enrique Búnbury.

Era un caluroso día de junio enmarcado en el año 2005. Por aquellos tiempos trabajaba en un diario llamado La Voz del Mediterráneo. Muchos pensarán que jamás existió una cabecera con semejante nombre (a veces también dudo si aquello fue un sueño), menos mal que tengo buenos compañeros de profesión –hoy todavía queridos amigos- que formaron parte de aquella simpar redacción sita en la calle Jesús número 1 para sostener mi coartada. El caso es que como redactor de cultura me habían concedido 15 minutos con Búnbury, pues el artista venía al mítico festival MIMED de Mislata –aquel soberbio festival programado por Raúl Tamarit (quién me habría dicho por aquellos días que hoy compartiría amistad y tantas cosas con él)- a presentar Freak Show. Como fan en inexperto plumilla estaba tenso y temeroso ante el envite. Es por ello que le pedí a mi compañero de facultad y trabajo, Andrés Verdeguer, que me acompañara. No era la primera vez que lo hacíamos. Era una práctica habitual: servirse de un colega para, de alguna manera, parapetarse, no enfrentarse uno solo a retos tan escarpados como aquel. Además, Verdeguer era también (o más) ardiente seguidor de la carrera del zaragozano desde sus tiempos en Héroes del Silencio. Todos contentos.

Una entrevista que nunca olvidaremos

Así que con la bandolera (sí, en aquella época la llevábamos todos, qué pasa) cargada con libreta, boli y grabadora de casete (menudo mamotreto) nos plantamos a las puertas de un hotel situado en mitad de la Avenida del Puerto cuyo nombre ahora ha cambiado. En la barra lo vimos apoyado junto a otro tipo que resultó ser el jefe de prensa. Joder, estrecharle la mano a Enrique Búnbury, así de igual a igual. Nos invitaron a sentarnos en un mullido sofá rojo y dejamos estratégicamente que el protagonista quedara en medio. Y escuchamos la frase mágica: “¿Queréis algo de beber?”. Entre los nervios, la edad y la excitación, no dudamos: “dos birras”. Y pronto, la estrella espetó: “yo otra”. El jefe de prensa obedeció a nuestros deseos. Qué buen rollo.

Al principio no le dimos importancia pero a Enrique le trajeron una copa pequeña, como de vino, mientras que a nosotros, en contraposición, dos buenos tubos de birra hasta arriba. El tiempo pasaba y la conversación y la marcha de las consumiciones eran fluidas. Él estaba a gusto, nosotros más. “Recuerdo que nosotros mostrábamos cierta distancia por el respeto y que él estaba muy enrollado”, me cuenta ahora Andrés. “También recuerdo que le llevé el casete de Senderos de traición de Héroes para que lo firmase. Que decía que igual en el siguiente álbum se dejaba un tupé totalmente rock”, sigue haciendo memoria Verdeguer. Por mi parte, recuerdo el mismo trato afable, de tú a tú; la verborrea insaciable de aquel ser de pelo enmarañado que también nos contó sus largas estancias en Cuba, su defensa del régimen castrista y su conocimiento y respeto por La Habitación Roja, banda con la que compartiría escenario en el MIMED la noche siguiente.

A todo esto, un cementerio de tubos de cerveza vacíos ya decoraba la estampa y, por supuesto, habíamos superado por más del doble del tiempo pactado. Fue en ese preciso momento cuando me acerqué a la barra a pedir otra ronda y el jefe de prensa, muy educado él, se me acercó con sigilo y cogiéndome del brazo me dijo: “ni una ronda más”. Yo, a esas alturas ya envalentonado, le solté: “es que Enrique quiere otra”. Me miró con rabia y me dijo: “ahora os las acerco yo, pero la última que me queda mucha tarde de promo”. Volví feliz y algo aturdido a aquel maravilloso sofá. Al rato, llegó con el pedido y ahí ya Búnbury explotó a lo Fernán Gómez: “¡pero por qué coño me traen a mi siempre una cerveza más pequeña que la vuestra!”. Todavía hoy nos descojonamos al rememorarlo. Como casi todo lo que hacíamos en aquella época iniciática, fue un ejercicio de periodismo bastante pobre y etílico. Una entrevista que nunca olvidaremos.

Nuevo disco, nuevo brindis

Dejémoslo ya claro: Enrique Búnbury es una estrella del rock. Eso es así, aquí y en el otro lado del charco. Él mismo le confesó a Buenafuente el otro día que le encantaría triunfar también en Japón. Todo se andará. También es un artista educado y lúcido, ahora mi mujer ya lo sabe. También en Late Motiv, entre otras cosas, afirmó que él no buscaba ser moderno, que pretendía ser actual; que los músicos, los artistas en general, no deben callarse ante las injusticias del mundo por mucho que aceche la guadaña de las redes sociales. Bravo. Acaba de presentar, por cierto, Expectativas, un nuevo álbum de estudio y su primer disco en solitario con temas inéditos desde que en el año 2013 publicara Palosanto. Hace unos meses lo vimos en la Plaza de toros repasando su discografía y estaba pletórico. El 13 y 14 (esta última fecha ya está sold out desde hace tiempo) de diciembre actúa en el Palacio de Congresos de València. Avisaré a Andrés y, con él o sin él, brindaremos por ese gran tipo que es.

 


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