HBO parodia el mundo del ciclismo como hiciera con el del tenis en un falso documental con la aparición de Lance Armstrong como un actor más
VALÈNCIA. El 13 de julio de 1967, en el Mont Ventoux, el ciclista británico Tom Simpson llevaba coñac en el botellín de la bicicleta y tubos de anfetaminas en los bolsillos del maillot. Ese tour era fundamental para renovar su contrato al alza y, entre otras cosas, comprarse un Mercedes del que ya había pagado la entrada. A kilómetro y medio de la cima se cayó.
Es ahí donde dijo que le volvieran a poner en la bici: "On, on, on" (venga, venga, venga). Aunque un periodista británico inmortalizara la frase "Put me back on the bike" (vuelve a ponerme en la bicicleta) que, como cuenta la biografía así titulada, no llegó a pronunciar. Cayó cuatrocientos metros más adelante y esta vez ya no podían soltarlo del manillar. Tuvieron que ir dedo a dedo. Tenía 29 años. Sufrió una insuficiencia cardiaca por las anfetaminas y una deshidratación por el alcohol. Murió en el acto.
Así empieza Tour de Pharmacy, bromeando con una escena semejante. Un personaje ficticio, Juju Peppi, cuentan en un gag de falso reportaje que le explotó el corazón durante una etapa, pero que no se dieron cuenta de que pedaleaba sin vida durante doce kilómetros más. De cómo se llega a semejante barbaridad trata esta comedia.
Puede parecer que la película sobrepasa los límites del humor, que se burla de la memoria de un fallecido en trágicas circunstancias, pero que desde 1967 no solo se detectara en el ciclismo un ascenso del dopaje a gran escala y sofisticación, es el verdadero corte de mangas a la memoria de este hombre y este deporte si alguna vez fue digno.
Sponsors con exposición mediática de minutos y minutos en televisión, lo que costaría decenas y cientos de miles de euros en un mercado publicitario que se vende por piezas de veinte segundos, han sido el gran motor del fraude en el ciclismo. El resto de deportes no está exento, no hay más que ver todo lo revelado sobre el fútbol en Italia, pero sobre las bicicletas hemos visto los casos más sangrantes y obscenos de desprecio por la salud y por la vida. Del juego limpio mejor no hablamos para que no le dé a nadie un ataque de risa.
Si uno mira la clasificación de los Tour de Francia de los años 90 a la luz de todos los escándalos de dopaje y confesiones que se han ido produciendo con posterioridad, cuesta encontrar quién debería ser el campeón. Habría que bajar decenas de puestos en la lista y el pobre infeliz sobre quien recayera el premio, al estar libre de sospecha, sería porque su caso se trataba del final de una gris carrera que no le dio una trayectoria del nivel necesario como para estar tocado por las múltiples redes de dopaje conocidas.
Esta cultura es tal que hemos visto acusaciones en prensa a, por ejemplo, el ilustre Álvaro Pino, del que se dijo que en su época de director de equipo solo concebía el ciclismo con dopaje de por medio. Ahora, Samuel Sánchez ha sido expulsado recientemente de su equipo estadounidense por dar positivo por dopaje y, si echamos un vistazo a la actualidad internacional, leemos noticias hilarantes como que en la familia de Raimondas Runsas, suspendido por dopaje, su mujer Edita fue condenada por tráfico de estas sustancias, su hijo dio positivo por hormona de crecimiento y su hermano murió por una muerte súbita investigada por la fiscalía.
Sería muy difícil burlarse de este deporte con un gag que superase esta noticia que citamos. Hay que tener mucha imaginación para idear situaciones menos inverosímiles que las que se dan en la realidad.
HBO lo ha intentado. Siguiendo la línea que abriera con 7 days in hell, dirigido igual que ahora por Jake Szymanski, sobre la final del torneo de Wimbledon. Ha planteado algo similar, pero con una crítica implícita mucho más dura. En la película sobre el tenis la gracia estaba en lo lejanos que quedaban los años 90. Los periodistas aparecían fumando en las entrevistas, medio borrachos, y los tenistas aún tenían las melenas crepadas de los 80, los pelucones, como el que todos recordamos que llevó Andrea Agassi.
Un humor basado en gags como que un tenista tiene que hacerle el amor delante de todo el mundo a una fan que salta a la pista en mitad del partido era más blanco, aunque impensable en muchos países muy avanzados, pero todavía demasiado pudorosos. Lo del ciclismo va más lejos, habla de algo que mata personas.
De todas formas, poco de eso parece importarle a Lance Armstrong, que tiene un papelito en el falso documental interpretándose a sí mismo. La broma se basa en que declara como testigo protegido al que reiteradamente se le ve la cara por errores de los cámaras. Tras la pérdida de credibilidad que supuso que se descubriera el fraude que había estado realizando durante tantos años, ni los productores de la película se creían que hubiese aceptado después de mandarle el guión a ver si sonaba la flauta.
Como reclamo, también aparece Mike Tyson entre los personajes, pero lo más valorable son las alusiones al mundo del ciclismo. En especial cuando se parodian las famosas peleas entre ciclistas, que siempre, quizá por su falta de equilibrio por culpa de las zapatillas con planta rígida de fibra de vidrio, han resultado de gran belleza y emoción.
El revival vintage, con bigotes y pelazos, ya tiene poco de novedoso a estas alturas y empieza a ser incluso cansino, pero la procacidad del resto de los chistes hacen que algunas fases sean irresistibles. No daremos detalles para no destripar, HBO lo ha vuelto a hacer, como se dice con frecuencia.
Se bromeaba hace años con la noche de los unfollow largos en Twitter conforme se fue recrudeciendo el procés en Cataluña. Sin embargo, lo que ocurría en las redes se estaba reproduciendo en la sociedad catalana donde muchas familias y grupos de amigos se encontraron con brechas que no se han vuelto a cerrar. Un documental estrenado en Filmin recoge testimonios enfocados a ese problema, una situación que a la política le importa bastante poco, pero cambia vidas